En silla de ruedas, sin fuerzas para sonreír, con un hilo de voz casi inaudible, el Papa dio ayer la bendición Urbi et Orbi trazando el signo de la cruz, moviendo apenas las manos.
La debilidad de su cuerpo contrasta con la fuerza de su alma. Ningún dirigente es capaz como él de tener en el corazón a la ciudad y al mundo entero. Su alocución, leída por un colaborador, tuvo presentes a todas las víctimas de desgracias y violencias. Se acordó de pedir por Gaza y Ucrania, por Armenia y Azerbaiyán, por Congo y Sudán, por Yemen y Siria...
Francisco ofrece su dolor por los más necesitados, Urbi et Orbi, como Sant Fructuós, camino del Anfiteatro, cuando contesta al soldado Fèlix: «Me es preciso tener presente a toda Iglesia, de Oriente a Occidente».