Puedo imaginarme el desfile de personas que da su último adiós a Francisco en San Pedro, porque tuve una experiencia similar cuando en 1978 fui enviado por Diario de Barcelona a cubrir la muerte de Juan Pablo I.
El cuerpo de Albino Luciani se había dispuesto en el suelo del Altar de la Confesión. Una cola inacabable de personas seguía la columnata de Bernini. Se hizo la excepción con un grupo de vecinos de Canalle d’Agordo que cruzó la plaza alzando un cartel con el nombre del pueblo.
En espera del funeral pasamos muchas horas en la oficina de prensa. Algún colega divulgó que murió envenenado. Se extendió el rumor y, como dice el Evangelio sobre la falsedad de que el cuerpo de Cristo fue robado, «esta especie se divulgó hasta el día de hoy».