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Perfume

06 abril 2025 20:40 | Actualizado a 07 abril 2025 07:00
Natàlia Rodríguez
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Primavera significa cambio de perfume. Husmeé los Jo Malone de Zara. Cuelan —sobre el papel, las ideas de Zara casi siempre son buenas—, pero el producto cuesta lo que cuesta y esto permite lo que permite. ¿Las marcas que dicen democratizar el diseño educan al comprador? ¿La exposición continuada a algo acaba afinando el gusto? Si alguien se inicia en los perfumes gracias a Zara, ¿dará luego el salto cualitativo a Lyn Harris o Frédéric Malle o Maison Crivelli? El precio no es el mismo, pero no solo nos frena el dinero: nos frena la falta de curiosidad. La curiosidad es tiempo, y el tiempo (como el silencio) empieza a ser un privilegio rarísimo. En el capricho prescindible lo barato anestesia el ingenio y adormece el estilo propio. Lo barato viene a decir: con esto ya nos apañamos. Los más jóvenes habrán oído batallitas de cuando todo era opaco y teníamos que sudar tinta china para acceder a los templos del buen gusto como Vinçon. Crecer sin un duro, sin oferta e inmerso en la cutrez de provincias fue un entrenamiento útil. Vuelvo a Zara. Marta Ortega reniega del fast fashion, y algo de razón tiene. Zara, como Ikea, te permite salir del oscurantismo, pero te sitúa en una zona de confort y de allí no te mueves. Es como llenar tu casa de fotos del puente de Brooklyn que no has visto en tu vida. En su lugar mejor nada o quizás un bodegón de Zurbarán.

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