Voy camino de París mientras escribo esta columna. Voy camino de la ciudad que mejor hace de ciudad en mi universo. No soy la única que piensa así, se me puede acusar de poco original incluso de banal. Por favor, siéntanse libres de hacerlo. Ser de París no es una decisión administrativa, no se trata de nacer en París (aunque ayuda). Ser parisina es una decisión existencial. Es también una potente industria, una máquina de hacer millones de euros. La imagen de lo inalcanzable. Cosméticos, moda, perfumes. El famoso je ne sais quoi, que en realidad está estudiado hasta su estructura atómica. Ser parisina no es vestir una gabardina y unos Roger Vivier, no es pintarse los labios de rojo Chanel, no es peinarse despeinada, no es fumar a todas horas, beber vino a un ritmo endiablado, ir en bicicleta y stilettos, y que los jerseys dejen tu hombro al descubierto. Es esto, pero las parisinas amigas mías son profesoras de filosofía, directoras de documentales, abogadas de causas bastante perdidas, escriben libros, viajan sin parar y cada vez que llegan a tu casa te hacen sentir la persona más interesante del mundo. Son únicas e imprescindibles.
Parisinas
26 marzo 2025 20:28 |
Actualizado a 27 marzo 2025 07:00

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