Mi trabajo – escribir, escuchar, contar historias – es un acto político formidable. Hoy más que nunca: escuchar y hablar con las personas, (la mayoría no votan y, por lo tanto, no son considerados potenciales electores por la política), me parece coherente con una vida dedicada a intentar hacer del lugar donde vivimos un sitio mejor (aunque suene pretencioso). Lo discutía hace unos días con unas amigas, que, descreídas, desechaban todas las ideas y propuestas políticas posibles. Nada. Puro nihilismo. Conseguir hablar, o creerse que lo que dices es escuhado, es un ejercicio desgastado y no exento de narcisismo. El aplauso de los coetáneos refuerza las posiciones adquiridas, confirma a cada uno en la suya. Cambiar, aunque sea un poco, el horizonte, despertar una curiosidad, una duda, encender una nueva esperanza: eso sí sería un gran logro de progreso. Pienso en la literatura dicha infantil y su ventaja democrática. Los libros para adultos están destinados solo a los adultos. Los libros para niños y adolescentes son para todos. Algunos de estos libros son tratados filosóficos esenciales, maravillosos álbumes ilustrados con preguntas colosales, a veces con una posible respuesta. Los disfruto con felicidad. Pienso en las películas del maestro Hayao Miyazaki y el estudio Ghibli. Si el mundo viera El castillo ambulante cada día, no escribiría este artículo.
Miyazaki
15 octubre 2024 07:09 |
Actualizado a 15 octubre 2024 07:09
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