Farenheit 451

No se asusten. Es una excusa para hablar de libros. Hace unos días que mi colega Jaume, del Diari, me envía una serie de fotos con unos libros –viejos, pero eso los hace aún más atractivos– y me pregunta si me interesan. La respuesta es siempre sí, más si uno de ellos es de Robert Musil y el otro de Jim Harrison. (No, no leo a Musil, pero me da tranquilidad saber que está en mi biblioteca). Al día siguiente me envía un vídeo con más libros. Esta vez de novela romántica que desconozco. Mi colega me explica que los libros pertenecen a un vecino suyo –francés– que acaba de fallecer y que sus herederos han decidido dejarlos en la entrada de la escalera para que el vecindario pueda escoger los que quieran. Compartir la biblioteca de un muerto con sus vecinos es un gesto lindo, pero que me genera una ansiedad profunda. ¿Qué va a pasar con mis libros? ¿Van a acabar en el contenedor de basuras? Los mismos libros que llevan 40 años viajando por media Europa conmigo ¿en la basura? Creo que voy a ir al notario para dejar por escrito una única voluntad: que me incineren con ellos. Mi combustión será más sostenible y a mis sobrinos les ahorro el trance de tener que bajar los 1.000 libros y repartirlos entre el vecindario.