El griego es una lengua hablada ininterrumpidamente desde hace unos 40 siglos y escrita con el mismo alfabeto desde hace 28 siglos. Con sus raíces antiguas, el griego encarna una simbiosis única entre el habla y la razón, una fusión que los antiguos llamaban ‘Logos’. Este término nos dice que cada palabra es una ventana abierta al alma humana y al universo. Los poetas griegos supieron captar esta esencia en sus obras. Safo ya cantaba en el siglo VII a.C. los tormentos y los deleites del amor con una sensibilidad sin igual. Constantin Kavafis exploró los temas de la nostalgia y el deseo como nadie. Debemos releer Ítaca. Un viaje interior, alegórico y filosófico que aún me emociona. Sus palabras me acompañan como brújulas en la noche porque la lengua griega es un pasaporte al alma del mundo.
El griego no era sólo un medio de comunicación, sino una clave para comprender la esencia misma de la humanidad. Celebrar el griego es abrazar una tradición viva que continúa enriqueciendo nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos. Los griegos nos dieron los instrumentos necesarios para la civilización que es la nuestra: la democracia, sí, pero sobre todo el teatro que nos permite cuestionarlo todo, la sátira, la tragedia, la comedia y el drama. Una lengua que con sus 4.000 años de historia es el tesoro al que renunciamos como si nada. Qué pena.