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28 marzo 2025 20:16 | Actualizado a 29 marzo 2025 07:00
Natàlia Rodríguez
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En Netflix. A todos les encanta (he visto los cuatro episodios seguidos). Un procedimiento en tiempo real absolutamente impecable de principio a fin. Los actores son fantásticos, el niño es cautivador, la historia es sutil, la dirección es virtuosa. Pero precisamente eso me cuestiona. Estos cuatro episodios, que son cuatro planos secuencia de más de 40 minutos, ¿por qué? Conocemos precedentes famosos: La soga de Hitchcock, los comienzos de Sed de mal y Snake Eye, y 1917 de Sam Mendes. Esta figura, que se caracteriza por un rechazo radical de la sutura, de la mentira que es el montaje, prefiriendo la composición in situ y la coincidencia del tiempo de la historia/tiempo de la narración, esta figura casi siempre ha sido concebida como una búsqueda máxima de la realidad, como la profundidad de campo que da más que ver, y sin engaños.

El plano secuencia sería básicamente el cine como la vida, sin interrupción, en la continuidad real del paso del tiempo, lo más cercano posible a lo que podemos experimentar. El plano secuencia sería, en definitiva, lo más veraz posible. Sólo que, en un momento de la serie, el punto de vista abandona el suelo, se vuelve aéreo, sobrevuela la ciudad y nos ofrece una perspectiva olímpica, inhabitable, comparable a la de Dios.

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