Cuando pensábamos que la evolución nos llevaba a una mayor observación de los derechos humanos y de la igualdad, asistimos con estupor e indignación a una cruzada contra la dignidad de la mujer en buena parte del mundo.
En Irán las mujeres se han alzado contra el Gobierno tras la muerte a manos de la policía de una joven de 22 años que fue detenida por llevar mal puesto el velo; en Afganistán los talibanes las han expulsado de la universidad y de todos los lugares públicos, y les han prohibido trabajar en grupos de la sociedad civil, lo que ha provocado que algunas ONG abandonen el país –si muchas empresas hicieran lo mismo quizá podríamos cambiar algo, pero me temo que poderoso caballero es don dinero–.
Pero no hay que irse tan lejos para ver ataques a la dignidad de la mujer; en Italia, Silvio Berlusconi, que a sus 86 años no tiene empacho en vanagloriarse de ser el macho alfa universal –«Es verdad que hasta hace poco follaba seis veces por noche. Ahora me duermo después de tres veces. Sea a no verdad, ¡contadlo por ahí!», dijo–, ha prometido «un autobús de prostitutas» a los jugadores de su equipo, el Monza, si ganan un grande de la liga italiana.
Y no crean que aquí estamos mucho mejor; unos militares del cuartel de El Bruc de Barcelona –al parecer, ya han sido identificados– propusieron una rifa cuyo premio era pasar un rato con una prostituta para recaudar dinero para las fiestas de la compañía. ¿En serio? ¿Qué nos está pasando?