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Una nueva cartografía de la democracia

La plaza pública en la que deliberamos los ciudadanos se ha trasladado a las redes sociales. Hoy más de 3.600 millones de personas se informan y se expresan a diario a través de ellas

27 junio 2022 10:03 | Actualizado a 27 junio 2022 10:10
José Mª de Areilza
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Barack Obama, en su papel de sabio expresidente, ha advertido que la mayor amenaza singular a la democracia viene de Internet. No es que se haya vuelto un ludita furibundo y contrario al progreso, sino que se ha atrevido a poner el dedo sobre la llaga. Como explica muy bien William Powers, periodista y tecnólogo, la plaza pública en la que deliberamos los ciudadanos se ha trasladado a las redes sociales.

Hoy más de 3.600 millones de personas se informan y se expresan a diario a través de ellas. Pero esta esfera digital se ha convertido en un lugar en el que es muy difícil evitar la polarización, el ruido, la manipulación y la fragmentación de la opinión pública.

Millones de los llamados ‘bots’, programas informáticos repetitivos, difunden incansablemente bulos e intoxicaciones bajo apariencias falsas. La salud de una democracia depende de que exista un debate público plural, informado y vigoroso. Sin él, nos deslizamos hacia una progresiva pérdida de confianza en las instituciones, en un escenario de desintegración social.

Powers ha propuesto en un reciente debate organizado por Aspen Institute España una idea luminosa, diseñar una máquina que utilice inteligencia artificial para trazar el mapa de la democracia en las redes. El objetivo de este proyecto en marcha, que agrupa a científicos norteamericanos y europeos, es hacer transparente el conjunto de argumentos y las voces –todas las voces ciudadanas, no solo las de los extremos–, de tal modo que los gobiernos y los que toman decisiones puedan actuar a partir de un buen mapa de la democracia.

La tecnología digital se rescataría a sí misma y tendría el mismo efecto benéfico que tuvieron las primeras encuestas científicas sobre opinión pública. Gracias a ellas se pudieron construir políticas públicas sobre un conocimiento cierto y delimitar consensos y disensos.

En nuestras democracias echamos de menos saber dónde existe terreno común y en qué ocasiones nos podemos encontrar en la diferencia. Por otra parte, sería lógico que esta nueva cartografía, independiente y objetiva, llevase a las empresas tecnológicas a entender mejor los sesgos que producen sus algoritmos y su modelo de negocio y pudieran hacer las correcciones necesarias.

También esta información sería una buena base sobre la que legislar –no solo desde la Unión Europea, campeona global–, de tal modo que la democracia no dependiese solo de la auto-regulación de los gigantes de internet. En distintos momentos de la historia las sociedades han tenido que hacer frente a avalanchas de datos y nuevos canales de comunicación. Hoy el reto sigue siendo civilizar el progreso con el objetivo de vivir libres juntos.

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