La evolución de las cuentas públicas es uno de esos temas importantes que ni se debatieron ni, vistos los resultados obtenidos, influyeron lo más mínimo en la decisión de los votantes. El importante volumen alcanzado por la deuda pública y la constatación evidente de que los déficits presupuestarios van a seguir ahí, incrementando su tamaño año tras año, no han importado ni han preocupado a nadie.
No sé si estamos todos convencidos de que no se va a pagar nunca o que deber tantísimo dinero es algo inocuo que no merece nuestra atención. En cualquier caso, lo cierto es que no hay el mínimo respeto por las cifras ni la más pequeña voluntad de cumplir con las exigencias de consolidación decretadas primero por la UE para garantizar la estabilidad del euro, suspendidas después para hacer frente a la emergencia de la pandemia y recuperadas ahora para retornar a la ortodoxia presupuestaria y al control de la deuda o a algo que se le parezca someramente.
Siempre sucede algo que sirve para justificar cualquier decisión de gasto y evitar los ajustes, tremendamente impopulares, y mantener los déficits. Durante la pandemia fue muy sencillo presentar todos los incrementos pues nadie quería morirse en un hospital por falta de cuidados, medicinas o de material y personal sanitario. El dilema estaba claro y entre cuidar la salud o vigilar las cuentas la elección era sencilla. Por eso la UE abrió la mano y se rindió pronto. La barra libre del gasto se generalizó y aunque su nivel por países no fue homogéneo, todos priorizaron la lógica sanitaria frente a la etérea conveniencia económica.
Pero eso ya pasó. Ya no hay emergencia sanitaria... pero el gasto no mengua. Es más, crece a muy buen ritmo. Los presupuestos aprobados para el año en curso marcaron un nuevo récord de gasto. Se trataba de un año electoral y no era difícil suponer que iba a ser así. Pero es que las elecciones municipales dieron un varapalo al Gobierno que le llevó a incrementar aún más el gasto en una pléyade de capítulos con el indisimulado afán de recordar a la gente que esto era ‘jauja’. Una ‘jauja’, además, gratuita, aunque había que estar vigilantes pues ahí mismo estaba el ‘coco’ al acecho presto a utilizar la guadaña. Así que, en los primeros seis meses del año en los que se han celebrado dos elecciones, se han ampliado los créditos presupuestarios en 13.000 millones de euros, lo que coloca al gasto total en la antesala de los 400.000 millones. Exactamente en unos espectaculares 399.175 millones.
Cuando elaboró los presupuestos, al Gobierno se le ‘olvidó’ incluir entre los gastos programados las prórrogas de las medidas aprobadas para amortiguar el impacto de la inflación, la mayor parte de las cuales vencían el 30 de junio. La inesperada convocatoria electoral convirtió en ‘inevitable’ su prolongación.
La subvención al transporte público, las bonificaciones al carburante para transportistas y las ayudas a la agricultura y la pesca cargaron en la cuenta 2.700 millones. Las nuevas medidas de apoyo a las renovables, el despliegue de puntos de recarga y la mejora de algunas bonificaciones la aumentaron hasta los 3.800 millones. Sume a esto las medidas aprobadas en los Consejos de Ministros del ‘contento’ celebrados a lo largo del mes de marzo y que supusieron unos 7.500 y verá cómo crece y crece el monto del dispendio.
Visto así, era evidente que Feijóo sufrió una insolación al pensar que eran ciertas las encuestas que le colocaban muy por arriba del PSOE. Se quedó por encima, lo cual supone en sí mismo un acontecimiento extraordinario. Pero no hay color entre ‘jauja’ y el respeto al gasto.