Habían pasado cuarenta y ocho horas desde que The New York Times publicó que funcionarios estadounidenses y europeos apuntaban que era un grupo supremacista blanco dirigido por la inteligencia militar rusa el que se hallaba detrás de la campaña de cartas bomba del pasado mes de noviembre en España.
Las especulaciones en las tertulias llegaron a esas dimensiones alarmistas que suelen tener las hipótesis políticas. Seguramente más de una persona, escuchando la radio o la televisión desde su cocina, pensó que había que aprovisionarse de aceite, lentejas y café. Se nos olvida, pero la dinámica política deteriora nuestra salud mental, y más allá de los poderes que se les otorgan a nuestros políticos, estos se exceden y mucho en su comportamiento y ánimo de polarizar las ideas.
El miércoles amanecíamos enmendando la plana a la CIA, cuando la brigada provincial de Madrid detenía a un jubilado de 74 años en la calle Clavel de Miranda de Ebro (Burgos). El hombre, llamado Pompeyo, un vecino solitario, tranquilo y poco hablador, que había trabajado en el Ayuntamiento de Vitoria, era uno de los delincuentes más buscados del orbe.
Sin tratar de quitar seriedad al asunto, pero intentando que el café de la mañana iniciara mi jornada con optimismo, pensé en que Berlanga habría realizado una de sus obras magistrales de haber estado por aquí. Pero luego, una vez que escuché a los periodistas hablar de este hombre, pensé que no tienen ninguna gracia las imprevisibles consecuencias que pueden tener los discursos políticos en los ciudadanos.
Me sonrojé, perpleja, viendo la que se montó en la Complutense con el nombramiento de los alumnos ilustres. No quiero ni pensar en el ratito que debieron de pasar los homenajeados, entre ellos el actor Antonio de la Torre, que parecía querer que le tragase la tierra. Acierto o error, el panorama era desolador. Ione Belarra, con un par, empoderada hasta las orejas y ministra de Asuntos Sociales, calificó al fundador y presidente de Mercadona como «capitalista despiadado», considerando además «indecente que se esté llenando los bolsillos» a costa de los consumidores.
Es curioso, muy curioso, que ese lenguaje grueso y repleto de contenido lo empleara una persona que jamás ha estado en el mercado laboral. Para poder poner a tu adversario contra las cuerdas has de tener las manos muy limpias y tus credenciales en orden. No sé si podremos limpiar los océanos, pero estamos aprendiendo a no contaminarlos como lo hemos hecho antes, tampoco sé si los políticos puedan llegar a ser conscientes de lo sucio que juegan para permanecer en los cargos. Probablemente lo de los océanos sea más fácil porque la estupidez es imbatible.