Ser feliz, incluyendo eso de ponerse en forma, se convierte prácticamente en una profesión a tiempo completo. Sobre todo, cuando septiembre te recuerda que lo de las terracitas está tocando a su fin y hay que matricularse con urgencia en iniciación a la musculatura, musculatura clásica o quizás avanzada.
Los consejos, por no decir las consignas, que una recibe al cabo del día son tan abrumadores que solo podemos defendernos de ellos cuando los ignoramos. Un plátano al día, seis nueces, fibra, omega 3, cinco piezas de fruta, gimnasio, cuidar el suelo pélvico, respirar con consciencia, tomar aceite de oliva aunque cueste un riñón, cuidar a la familia, llamar a los amigos, hidratarte y, por supuesto, trabajar y vivir en un país donde una tiene la sensación de que aunque haya un lenguaje inclusivo se ha olvidado el plural. De la felicidad, ni hablamos.
La verdad es que, entre las muchas tentaciones que me habitan, la de ser vigoréxica y llevar una camiseta de tirantes luciendo eterna lozanía ni se me ha pasado por la cabeza. Una ha tirado más al yoga, al pilates o a cuidar mi cerebro, que de eso vivo.
Para ser honesta, tengo un cierto desinterés por los músculos que hay desde el cuello a la cintura, pero lo cierto es que en mi buzón y de forma tenazmente repetitiva me habían deslizado un pasquín publicitario con una oferta de entrenador personal por un mes, con horarios flexibles y a pocos metros de mi casa.
De natural curiosa, he leído que este país, siempre sobresaliente por cosas insólitas, encabeza las listas en el número de gimnasios en proporción a la población. Según la estadística, mi escalera completa, exceptuando a la señora del segundo, tendría que ser un dechado de forma física.
Llamé para pedir hora, dejando bien clara mi edad, no fuera a ser que directamente me colgaran de algún potro infernal provocándome vaya usted a saber qué. Respondí a un cuestionario exhaustivo y me dieron una cita con un tal Jairo recomendándome que fuera con ropa adecuada.
Se lo conté a mi hija y me llamó al orden diciéndome que la industria textil deportiva había avanzado bastante, que ahora había fibras transpirables y prendas diseñadas especialmente para mi cuerpo.
Gasté un dineral en un conjunto horrible y fui a mi cita con Jairo con un aspecto termodinámico y transpirable que me quedaba fatal. Mi entrenador salió a mi encuentro y me dio la bienvenida dándome un abrazo y palpando mis biceps.
Lo que viene no me cabe en la columna así que no tengo otro remedio que resumir, o hacer una segunda parte la semana que viene. Solo diré que fueron dos sesiones, que vendo ropa en Wallapop y que hay un tiempo para casi todo.