Ha sido gracias a una recopilación de ensayos realizada por el editor José Antonio Mazzotti de la Universidad peruana César Vallejo, bajo el título Vallejo a un siglo de Trilce: nuevos estudios, presentada en la Feria Internacional del Libro de Lima en julio pasado, lo que me ha permitido activar una reflexión acerca de la actual controversia sobre el uso de las lenguas habladas en España y su eventual proyección internacional en el ámbito de la Unión Europea o sus delimitaciones regionales dentro de las Comunidades Autónomas.
Yo mismo me sorprendo de constatar cómo el inicio de un escrito de la escritora y filóloga, nacida en Las Palmas de Gran Canaria, Selena Millares, incluido en la citada recopilación bajo el epígrafe ‘La palabra como matria: entre Trilce y Escalas melografiadas’, puede llegar a ser oportuno para compartir con el lector de este artículo algunas consideraciones relacionadas con el asunto que propongo plantear aquí.
Copio-y-pego como facilitador del debate que sugiero al respecto: «De la misma manera que llamamos patria al lugar al que sentimos pertenecer, podríamos nombrar como matria al idioma en que nacemos y vivimos: nuestro vínculo emocional con nuestra tierra y nuestra lengua es tan poderoso que lo sentimos casi como algo fisiológico. De ahí que el filósofo José Gaos rechazara la palabra exilio y la sustituyera por transtierro para referirse al destierro en un país donde se habla la lengua propia, y con el que se tiene una relación afectiva inevitable.
Así ocurrió con tantos republicanos españoles que en América siguieron viviendo y creando –como Luis Cernuda y Remedios Varo en México, Juan Ramón Jiménez y Pau Casals en Puerto Rico o Maruja Mallo y Rafael Alberti en Argentina–. Lo mismo ha ocurrido a la inversa durante siglos, y entre los hispanoamericanos que en algún momento vivieron en España, estuvo un peruano universal que en 1922 publicó en Lima un poemario de tal audacia expresiva que su aparición ha sido comparada con lo que va del arte figurativo al abstracto».
Aunque el fin del ensayo de Selena Millares no es sino investigar desde una perspectiva filológica la tremenda revolución que del castellano llevó a cabo César Vallejo a través de la poesía, apropiándome yo como admirador de la idea, estimo que no podría ser más acertado, desde un punto de vista de la cosa pública que en la actualidad es el centro de atención periodística, el uso aquí de matria como concepto lingüístico desligado totalmente de interpretaciones políticas y por ello más próximo a la esencia –o sustancia, tal vez– del idioma español.
Tan dolorosa puede ser la prohibición del vínculo emocional que contempla la matria como onerosa la gratuidad expansiva de la misma por explicaciones basadas en efímeras negociaciones políticas. Y digo «efímeras» porque los arrebatos políticos son pasajeros, aunque puedan generar derechos en el tiempo.
Por el contrario, es un rasgo específico de la matria la durabilidad y no necesita para ello de una infraestructura jurídica porque su referente no es la gramática impuesta sino la libertad de comunicación entre las personas. Tal vez esa inquietud innovadora que César Vallejo trasladó a la poesía en español pueda servirnos como guía para poder reconocer en nuestra matria el verdadero valor de la lengua propia.