Sabemos, y no es poco, que hay alguien a los mandos. Sabemos, también, que cada uno de los comicios sigue sus propias lógicas y que la elección de los alcaldes y alcaldesas no obedece a cuestiones ideológicas. Tarragona es un ejemplo de ello. Una ciudad, capital de provincia, que ha ido virando ideológicamente desde los años de Joan Miquel Nadal hasta Pau Ricomà pasando por Josep Fèlix Ballesteros. Ahora, de nuevo, la Plaça de la Font la ocupa un inquilino socialista con un perfil interesante para Cataluña.
Sabemos que está a los mandos. Atrás ha quedado la época de zozobra e inestabilidad y ahora se impone la tarea de gobierno por encima de otros asuntos. ¿Por qué es importante que se sepa y se conozca que hay alguien a los mandos? Por la proyección de ciudad y la visión a largo plazo.
Es evidente que en cualquier viaje que se emprenda, también político o económico, nos cercioramos previamente de que alguien conduzca el vehículo en el cual queremos invertir. Ese vehículo es Tarragona. La gestión de la puesta en marcha y desarrollo del área metropolitana, un nuevo estilo de comunicación más cercano, la capacidad negociadora –todavía por demostrar– y, en definitiva, la visualización como un alcalde moderno y del siglo XXI son intangibles que la ciudadanía y el sector económico y empresarial valoran.
A los mandos de una ciudad hay que estar bien sujeto en el sentido ambivalente del término: es imprescindible estar empapado de todo lo que sucede en el Ayuntamiento, en la casa, en el gobierno y no se puede ni debe caer en la tentación de dejar gestionar y ejecutar al equipo sin rendir cuentas; y, por otro lado, tener la posición de piloto asegurada y que nadie mueva el volante hacia la dirección inoportuna. La estabilidad dentro de la organización política a nivel local y autonómico es indiscutible, amén de la posición central que juegan en la confección de gobiernos en los entes municipales y provinciales, y del ensamblaje que provoca encontrarse en el poder. Llegar al volante de una ciudad como Tarragona no es per se sencillo ni mucho menos, sin embargo, tarea más difícil es poder seguir conduciendo durante un trayecto que permita llevar a cabo la transformación que la ciudad necesita y demanda.
Por el momento, el continente se acerca más a los proyectos sólidos y estables de Nadal y Ballesteros, ahora bien, el reto –mayúsculo– que tiene por delante es darle contenido y ejecutividad a un programa de acción que requiere un dinamismo, flexibilidad y agilidad muy alto y que, con total probabilidad, se extenderá más allá de un mandato.
Tarragona no es un componente extraño dentro del grupo de ciudades y capitales de provincia medianas tanto en España como en Europa. Su posicionamiento como un actor institucional relevante en el diseño y la construcción de la sociedad del futuro está en entredicho. Es imprescindible que haya alguien a los mandos para que el territorio tome partido como un decisor de peso en los retos que vienen: vivienda, conocimiento, nuevos empleos, herramientas digitales, nuevas formas de energía, igualdad y conciliación de la vida laboral, personal y familiar, entre otras cuestiones.
En todo caso, se deberá valorar la calidad y alcance del conductor que va al volante por la dirección que tome y la cantidad de kilómetros que pueda avanzar en la mejora de la ciudad y de la calidad de vida, no solo de los convecinos, también del territorio a través de un retorno positivo que permita identificar a Tarragona como la capital.