¡Hola vecinos! De todas las sociedades secretas, la más impenetrable, oscura y misteriosa es la compuesta por seres fanáticos que instauran una cadena humana en tascas, bares y cafeterías para pasarse el periódico del establecimiento entre ellos, sin que nadie más lo pille.
He buscado documentación, bibliografía, reseñas, referencias, pistas, datos que conduzcan a algún conocimiento acerca de cómo se llegan a organizar tales sectas y no existe nada escrito, ningún estudio, tesis doctoral o siquiera un reportaje de Glòria Sierra para el programa Equipo de Investigación de La Sexta. Nada, res, rien, nothing, niente. Enigma total. Omertá, la ley mafiosa del silencio.
La especie de club de lectura excluyente nace en cuanto se inaugura un bar o cafetería con periódico del día incluido en una esquina de la barra y solo muere cuando casca el negocio hostelero por crisis, pandemia o porque les viene Alberto Chicote con una cámara. O acaso debido a que la propiedad del mismo decide prescindir del servicio de suscripción a prensa escrita en formato papel, con ánimo ahorrativo extremo. Entonces, en tan dramáticas circunstancias, la sociedad secreta se disuelve y sus cofrades buscan por libre otras cadenas en las que lograr incrustarse mediante códigos y ritos iniciáticos cuyo acceso está vedado al resto de los mortales.
La ceremonia de la sociedad secreta comienza al punto de la mañana, cuando el periódico del día hace acto de presencia en el bar. Más o menos -y según la jornada monástica- entre las horas Prima y Tercia (las seis y las nueve AM). Un miembro de la logia -llamémosle ‘el vigilias’- es el encargado de trincar el ejemplar, pudiendo incluso interceptar al repartidor si fuera menester. En ocasiones, ‘el vigilias’ madruga para rescatar el diario del suelo, de la persiana o de donde sea que lo deposite el reparto antes de la apertura de la cafetería. Lo rescata y lo custodia, sin leerlo -quizá un somero vistazo a la portada-, hasta que comparece la persona responsable de abrir el garito, dar las luces y poner en marcha la cafetera.
‘El vigilias’ -o ‘la maitines’, que no tiene por qué ser siempre un hermano. Puede tratarse de una miembra sectaria- ya no soltará su presa. O sea: su prensa. En ella dejará las primeras huellas con los dedazos pringosos del aceite de los churros, los primeros lamparones de café, las migas del cruasán. Con el periódico extendido ante sí, mirará la tele, verá si tiene mensajes en el móvil, responderá a los whatsapp, actualizará su cuenta de Facebook, leerá el horóscopo, comenzará el crucigrama, se sacará un moco... Lo que sea, hasta que entre el siguiente cofrade compinchado. Ambos se reconocerán mediante alguna leve señal, imperceptible apenas, que vendrá a significar:
-Aquí estoy, hermana, ahora te paso el alijo.
-Muy bien, hermano. Me voy afuera a la terraza, que dentro huele a frito.
Entonces ‘el vigilias’ beberá el último culo de café con leche ya frío que queda en la taza, echará un ojo a la contraportada porque ha dejado para final feliz ‘La Plumilla’ de Antoni Coll y la viñeta de Napi y, en lugar de liberar el ‘Diari’ en la barra y que lo coja quien quiera, lo llevará in person, en mano, al siguiente iniciado o iniciada. Con una única obsesión: que no se lo arrebate alguien en el camino. Que no se lo vaya a pedir cualquier otro parroquiano ajeno al cónclave y su rígido protocolo.
- ¿Me permite el periódico si ya lo ha terminado, caballero?
- No. Está reservado a esa señora de ahí, que me lo ha pedido antes.
¿Cómo que está reservado el periódico? ¿Se reserva el periódico como se reserva una mesa para tres? No, no, el periódico no debe funcionar en base a reservas, acopios, tramas ocultas de apropiación, tenebrosas conspiraciones. Y, sin embargo, así ocurre de forma sucesiva hasta aproximadamente la hora Nona -las 15.00, Hora de la Misericordia-, cuando las noticias frescas se han convertido en viejas y el papel prensa en un asquete de manchas, dobleces, olor a sardina rancia, algún moco y restos de saliva de quienes se chupan el dedo para pasar de página. En torno a Vísperas o Completas (sobre las 18.00 y las 21.00 h) cualquier diario de bar español puede trasmitir el tétanos.
Harto de las redes clandestinas y abusadoras, ya hace tiempo que compro el periódico del día a un señor quiosquero de los de toda la vida. Compro el de mi ciudad, Pumalandia. Diari de Tarragona tiene el detalle de enviarme gratis el correspondiente a los martes, cuando se publica la carta de un puma. Lo recibo una semana más tarde por correo postal, en sobre con la dirección pulcramente escrita a mano.
La de comprar o recibir tu propio periódico en papel es una costumbre sanísima que te libra de sociedades secretas, de paranoias, de sufrimientos añadidos a los que ya te depara el cruel destino. Yo lo recomiendo mucho. Hacedme caso.
«El genio es un uno por ciento de inspiración
y un noventa y nueve por ciento de sudor».