Anoche vi por enésima vez un documental que me tiene cautivado. Su apasionante temática, su ritmo sereno, sus increíbles paisajes… Tiene una cadencia casi hipnótica que trae a la memoria aquellas dos páginas que nos leían en la cama antes de apagarnos la luz del dormitorio. Esta producción internacional describe cronológicamente la aventura que hace más de un siglo protagonizó el explorador irlandés Ernest Shackleton al frente de la Expedición Imperial Transantártica, que partió del puerto de Plymouth el 9 de agosto de 1914.
Recomiendo fervorosamente la visión de esta obra, dirigida hace casi dos décadas por George Butler, en la que se entrecruzan magistralmente las imágenes originales del expedicionario Frank Hurley, filmaciones actuales en los mismos escenarios, y una serie de curiosas entrevistas a los descendientes de aquellos intrépidos aventureros (no confundan este documental con la película mucho menos interesante, a mi juicio, que Kenneth Branagh protagonizó en 2002).
Como todas las historias, ésta tiene su propio pasado. Sir Ernest, después de fracasar dos veces en la carrera por conquistar el Polo Sur, decidió volver al continente helado en plena era de los descubrimientos con el propósito de alcanzar la ansiada gloria que el destino se empeñaba en negarle. En esta ocasión, su objetivo consistía en atravesar por primera vez la Antártida por tierra, un exigente reto en trineo para el que se destinaron dos navíos con veintiocho tripulantes en cada uno. El primer barco era un rompehielos construido dos años antes en Sandefjord (Noruega) y su misión sería transportar a los expedicionarios hasta la bahía Vahsel, al sur del mar de Weddell.
El barco fue bautizado con el nombre de Endurance en honor al lema de los Shackleton: «fortitudine vincimus» (por resistencia vencemos). El segundo buque, el Aurora, navegaría hasta el estrecho de McMurdo, en el otro extremo de la Antártida, para preparar sobre el terreno el equipo de apoyo que permitiría a los exploradores abastecerse durante la segunda mitad del recorrido.
Si la correcta elección del equipo humano es un factor clave para el éxito de cualquier empresa, este aspecto se convierte en un condicionante vital cuando hablamos de un reto de estas características. En este sentido, resulta sintomático el anuncio que Shackleton publicó en la prensa para seleccionar a las cincuenta y cinco personas que le acompañarían en su viaje a la Antártida: «Se buscan hombres para viaje arriesgado. Poco sueldo, mucho frío, largos meses de oscuridad total, peligro constante, regreso a salvo dudoso. Honor y reconocimiento en caso de éxito». Pese al fatídico tono del texto, el aventurero recibió más de cinco mil solicitudes para unirse al grupo, lo que dice mucho del tipo de sociedad imperante en la época.
Tras siete meses de preparativos, el Endurance vio cómo salía el sol el 14 de febrero de 1915 en la bahía Vahsel, rodeado por un mar de témpanos de hielo que se extendía hasta el horizonte. En ese momento comenzó una aventura increíble que ha pasado a la historia, y que demuestra la capacidad del ser humano para sobreponerse a situaciones aparentemente insalvables.
No tengo intención de destripar lo sucedido, pero teniendo en cuenta que se trata de una gesta muy conocida, creo que sí puedo desvelar que Shackleton no logró cruzar la Antártida por tierra a través del Polo Sur, su objetivo fundamental. Sin embargo, esta cuestión terminó siendo una circunstancia secundaria, pues lo verdaderamente relevante fue la forma en que este explorador excepcional supo comandar con inteligencia y habilidad a un grupo de veintisiete hombres cuya única aparente alternativa era morir de hambre o de frío.
Sin duda, estas aventuras plagadas de heroísmo y perseverancia resultan muy inspiradoras. De hecho, tengo la sensación de que esta épica de la tenacidad y la firmeza se ha asegurado un protagonismo muy relevante en la forma de entender la política actual en nuestro entorno más cercano. El tesón frente a cualquier adversidad y la irrenunciable fidelidad a las metas planteadas se sitúan como únicos criterios de actuación para una gran parte de nuestra comunidad política (al menos, de cara a la galería). Se trata de un discurso biensonante que enlaza con virtudes universales –la valentía, la constancia, la coherencia– pero sospecho que la versión maximalista que estamos adoptando no tiene nada que ver con la mentalidad de nuestro héroe antártico.
Shackleton fue tenaz y perseverante hasta límites inimaginables, sin duda, pero lo era porque se dirigía siempre a una meta que consideraba viable: en una primera fase, alcanzar en trineo el estrecho de McMurdo, y cuando este propósito se tornó imposible, llevar de vuelta a casa a su tripulación sana y salva.
Era un tipo lúcido y prudente, no un suicida que corría como un pollo sin cabeza sobre los icebergs. De hecho, a raíz de su experiencia en la carrera por la conquista del Polo Sur, en cierta ocasión le transmitió a su mujer una máxima que demuestra su tremendo sentido del pragmatismo: «un asno vivo es mejor que un león muerto». Hace falta mucha valentía para pronunciar una frase que suena tan cobarde.
En una época dominada por la épica, es necesario acudir al argumento de autoridad de un héroe como Shackleton para demostrar que el realismo no demuestra pusilanimidad sino inteligencia. Efectivamente, el objetivo sin perseverancia es mera ilusión, pero la perseverancia sin objetivo es pura demencia.
Esperemos que los ardores de los últimos tiempos den paso progresivamente a una dinámica más constructiva. Los ideales son esenciales como punto de referencia en el horizonte, pero obcecarnos con objetivos imposibles sólo genera dolor, resentimiento y frustración. Ya lo decía Cánovas: «La política es el arte de aplicar en cada época aquella parte del ideal que las circunstancias hacen posible». No lo olvidemos.
danelarzamendi@gmail.com