Dentro de unos días se cumplirá el 125 aniversario del nacimiento de Marià Mullerat i Soldevila, quien fue beatificado por la Iglesia el 23 de marzo de 2019 en una solemne ceremonia celebrada en la Catedral de Tarragona. Sin duda, el hecho más relevante de la Guerra Civil en Cataluña fue la terrible etapa represiva que tuvo lugar por parte del Front Popular, especialmente entre julio de 1936 y mayo de 1937.
Más que guerra lo que hubo en aquella Cataluña, alejada del Frente, fue una despiadada persecución religiosa y una espantosa represión que se saldó según datos oficiales con 8.352 asesinatos. Un ejemplo representativo de ello tiene que ver con la historia que paso brevemente a relatar.
Mariano Mullerat Soldevila había nacido en Santa Coloma de Queralt (Tarragona) el 23 de marzo de 1897. Su espíritu cristiano se había ido fraguando, desde niño, en una familia profundamente cristiana y siguió desarrollándose durante su formación secundaria, que realizó en Reus, en el colegio religioso de los ‘Padres’ (que sería incendiado por milicianos el 22 de julio de 1936).
Todavía muy joven, fue uno de los fundadores de la Juventud Tradicionalista en su villa natal y empezó a colaborar en varios periódicos tradicionalistas (El Radical de Reus y El Correo Catalán). Su celo tradicionalista y católico, lejos de detenerse, fue en aumento durante los siete años que duró su carrera de Medicina en la Universidad de Barcelona, en la que, en 1921, adquirió el título de médico. En esta etapa presidió la Sección de la Agrupación Escolar Tradicionalista de Barcelona.
Su relación con la población de Arbeca (su madre tenía raíces en esta población ) despertó un noviazgo con la joven de esta localidad Dolors Sans i Bové, con quien contrajo matrimonio el 14 de enero de 1922. Se estableció desde entonces en Arbeca, donde ejerció la medicina, que extendió a los pueblos de Puiggròs y La Floresta.
El matrimonio tendría cinco hijas, de las que sobrevivieron cuatro: María Dolors, Pepita, Adela y Montserrat. En está población sería elegido alcalde, cargo que ocupó entre 1924 y 1930, alternando esta responsabilidad con la de médico titular de la localidad.
Por cierto, su hermano, el abogado Josep Mullerat Soldevila, fue alcalde de Tarragona (durante el año 1923) y diputado conservador de la Lliga (en las elecciones de 1933). Durante esos años fundó en Arbeca el periódico L’Escut, que tenía como subtítulo «defensor de toda sana ideología».
Como médico fue un profesional comprometido, en cuerpo y alma, con su vocación. Cuando acudía a atender a los más pobres, no les solía cobrar nada; incluso en más de una ocasión él mismo les daba el dinero para comprar las medicinas.
Al proclamarse en 1931 la República el Dr. Mullerat apoyó decididamente al colegio religioso de San José y ayudó en todo lo que pudo a las hermanas dominicas.
Su hija María Dolores, que posteriormente tomaría los hábitos como Hermana de las Dominicas de Arbeca, recordará como en esa época, marcadamente antirreligiosa, los republicanos obligaron a retirar todos los crucifijos de las escuelas y él, que lo vio como un ataque a la fe cristiana, compró crucifijos para que todos sus hijos los llevaran colgados al cuello para patentizar que Cristo permanecía en la escuela en el corazón de los niños.
De aquella época, le había impresionado mucho el cruel asesinato del párroco de Navàs, José M. Morta, el 6 octubre de 1934.
Llegado el año 1936, las cosas se radicalizarían. Durante la campaña de las elecciones de febrero de 1936 la tensión en el pueblo se hizo muy patente y después de la sublevación militar del 18 de julio, la locura y el miedo se apoderaron de la villa. El día 23 de julio se constituyó el Comitè revolucionario local que asumiría todas las funciones de Orden Público.
El Comité estaba integrado (obviaremos sus nombres) por 3 miembros de ERC, 3 de la UGT y 3 de la CNT. La parroquia sería pronto saqueada y sus imágenes quemadas. El párroco Mn. Antonio Pedró Minguella el día 25 julio pudo esconderse en casa de unos amigos, pero sería finalmente detenido y asesinado el 18 de agosto.
En el pueblo todos sabían que pronto irían a por el doctor, pero él no quiso abandonar a sus enfermos. Uno de ellos le dijo: ¿Pero, no tiene miedo?, y él le contestó: «¡Peret, confianza en Dios! Y si no nos vemos más, ¡hasta el cielo!».
En la madrugada del 12 de agosto de 1936 una patrulla de milicianos (al parecer forasteros pero a los que miembros del Comité habían entregado una larga lista con las personas a las que había que ejecutar) irrumpió violentamente en casa del Dr. Mullerat. Registraron la casa y comenzaron a arrojar por el balcón todos los objetos religiosos que hallaban.
Su esposa explicará que lo obligaron a firmar un documento para poder sacar el dinero de su cuenta del banco, diciéndole: «Si no firmas, aquí mismo te levantamos la tapa de los sesos (otros vecinos serían después igualmente expoliados y extorsionados). Luego, vigilado por un miliciano, entró en una habitación, y arrodillándose en un reclinatorio rezó brevemente y besó la imagen de un Cristo de tamaño natural que había en ella.
Al salir de la habitación el miliciano, impresionado por la escena, cerró la puerta y dijo a los demás «ésta ya está registrada» (dicha imagen la mantendrían escondida durante toda la guerra). Cuando se lo llevaban detenido, con gran serenidad, se despidió de su esposa y sus hijas, y le dijo: «Dolores, perdónalos como yo les perdono».
El Dr. Mullerat había cogido instintivamente su maletín de médico, y estando detenido en el cuartel, uno de sus guardianes se disparó fortuitamente el arma quedando herido, y el doctor se puso a atenderlo inmediatamente. Ese mismo día detuvieron a otros cinco vecinos católicos de derechas: José Sans Balsells (de 26 años y primo de su esposa), Lorenzo Vidal Ximenos, Lorenzo Segarra Pau, Juan Gras Navés y Manuel Pont Gras.
El Dr. Mullerat, consciente de que iba a ser asesinado, escribió en un papel el nombre de sus pacientes enfermos, y pidió que se lo hiciesen llegar a su amigo el médico Dr. Galcerán, para que él se ocupara de atenderlos.
El día 13 fueron todos subidos a un camión y justo en el momento de partir, una madre de familia se acercó al camión y pidió voz en grito y llorando a los milicianos que dejaran que el doctor Mullerat pudiera visitar a un hijo suyo que estaba gravemente enfermo.
Detuvieron un momento el camión y el doctor que conocía el caso se dirigió a la madre angustiada y le dijo: «No llores. Tu hijo no morirá». Tras sacar una libreta, le escribió una receta. «Dale este medicamento –le dijo– y reza, que Dios te ayudará».
Minutos después el Dr. Mullerat y sus cinco acompañantes eran fusilados y posteriormente estando algunos aún moribundos los rociaron de gasolina y los quemaron a las afueras del pueblo, en el lugar conocido como ‘el Pla’. Al parecer en ese momento, el hijo enfermo de aquella mujer se recuperaba de forma asombrosa. En aquellos aciagos días, además de los ya citados, serían asesinados otros cuatro vecinos de derechas.