Tras varios meses con los precios disparados, a nadie se le escapa ya que el kilo de manzanas por el que paga 2,39 euros en el supermercado tiene un coste en su origen de apenas 0,4 euros. O que producir un litro de leche vale 0,32 en la granja, y cuesta 0,76 euros en la tienda de media.
Pero el desbordamiento de la inflación ha impulsado a los compradores a preguntarse ¿cómo se encarecen los precios que van de la huerta, o la granja, a la tienda? Es verdad que disponer de cualquiera de esos productos a escasos 100 metros de nuestros hogares, aunque se produzcan a centenares e incluso miles de kilómetros, cuesta dinero. Son muchos los procesos necesarios para hacer realidad el abastecimiento diario y generalizado de alimentos. Y son muchos los intermediarios que participan en la cadena de valor de cada producto, desde cooperativas, transporte, conservación, empresas de empaquetado y etiquetado, etc., hasta llegar a los distribuidores, no sin antes pasar por diferentes centros logísticos. La escalada de la inflación ha provocado que toda esa cadena de producción se vea contaminada por el alza de precios.
Y aquí juegan un papel fundamental los costes energéticos, sobre todo la luz y el transporte. En todo caso, la realidad es que el precio de los alimentos se multiplica por casi cinco veces de media desde su origen hasta que llega al consumidor. En este escenario tan apremiante para tantas familias, compete a las administraciones velar contra los excesos.
Y también a las empresas concernidas en la cadena de producción y venta contribuir en lo posible a que los precios no se desmanden aún más. Los equilibrios son muy delicados, porque están en juego la supervivencia económica de muchas familias y la alimentación de los vulnerables. Conviene explorar medidas viables para que llenar la cesta de la compra no se convierta en un ejercicio inasequible.