Cuestionar amenazas de muerte no es hacer política

Cuestionar amenazas de muerte es absolutamente inmoral, rompe cualquier tipo de ética de lo político y pone en cuestión los pilares de lo común, de la convivencia, de la paz, de la vida misma

27 abril 2021 09:20 | Actualizado a 27 abril 2021 10:21
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Cuestionar las amenazas de muerte no es política, es absolutamente inmoral, rompe cualquier tipo de ética de lo político y pone en cuestión los pilares de lo común, de la convivencia, de la paz, de la vida misma.

La estrategia de Vox viene siendo la de cuestionar justamente todo aquello que forma parte de nuestra realidad; tiene como táctica lanzar «bulos» basados en datos falsos que pone en peligro la lucha de años y años por conseguir consensos sociales que nos han hecho una sociedad mejor: pone en duda la idea de justicia social, los criterios de igualdad; cuestiona la discriminación por ejemplo, cuando nos dicen que no son racistas, a la vez abanderan discursos de odio contra las personas inmigrantes, «justificando» con mentiras sus discursos, y legitimando posturas xenófobas.

Cuestionar amenazas de muerte es como cuestionar la violencia de género a pesar de los datos. Es cuestionar el derecho a la vida digna de niñas y los niños desprotegidos que no tienen familia, que vienen huyendo del hambre y de la violación de derechos humanos. Es cuestionar que al llegar a la vejez merecemos una vida digna, votando en contra de la subida de pensiones. Es cuestionar que merecemos un techo donde vivir, cuando tachan de delincuentes a familias vulnerables que buscan un refugio seguro.

Cuestionar amenazas de muerte es cuestionar la justicia social, los derechos, la igualdad. Es, en definitiva, cuestionar la vida.

Los acontecimientos del último debate en la cadena Ser, en el marco de las elecciones del 4 de mayo en la Comunidad de Madrid no tienen que ver con rifirrafes políticos, no son meras batallitas entre políticas. No. Lo que en ese espacio sucedió fue una muestra del odio al otro sin más justificación que no pensar como ellos. Y eso, se llama fascismo.

Cuestionar amenazas de muerte es, si quieren, anti-cristiano, allí donde pregonan ubicarse. Las «ateas-laicas de izquierda» no cuestionamos la crucifixión de Jesucristo, porque tenemos respeto por la historia, por las creencias -sean cuales sean-, la fe y la vida espiritual de las personas, y porque nos plantamos ante cualquier acto de violencia y de injusticia. Ni tan siquiera han sabido mantener un valor del cristianismo que sí rescatamos, por ejemplo, las feministas radicales, como les gusta llamarnos: ayudarás a tu prójimo. Porque somos nosotras las que nos hubiéramos levantado a defender a Maria Magdalena ¿Dónde habría estado usted señora Monasterio? ¿lanzando piedras?

Nosotras, señores y señoras de Vox, no les odiamos. Les pedimos decencia, respeto, juego limpio, verdad, realidad, hechos y no más mentiras. Les pedimos que dejen en paz a las niñas y niños que tenemos el deber de proteger, que nos dejen trabajar por las mujeres asesinadas por violencia machista.

Dejen de ubicarse en el cristianismo porque le hacéis un flaco favor a quienes creen en ayudar a quien lo necesita -no a la institución, no- a las que se arremangan en un comedor social, a las cristianas de la pobreza que no les tiembla el pulso para ir a ayudar en los barrios y no les importa de donde viene la gente cuando busca un plato de comida.

Vuestra forma de hacer política no es limpia, ni decente, ni respetuosa y solo recurren a la mentira y al odio. Por favor, dejen de germinar odio donde no lo había, de decir que entre los pobres están las malas personas, que entre las migrantes están las delincuentes, que entre las personas que reciben ayudas están las vividoras, porque todo ello es, simplemente, mentira.

Les pedimos que no utilicen a las más frágiles y vulnerables como arma arrojadiza. En la política no vale todo.

Elisa Alegre-Agís: Antropóloga social.

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