Desde que la OMS declaró la actual pandemia, el Diari me ha dado la oportunidad de escribir cuatro artículos sobre el tema, para mí del máximo interés, no ya como simple ciudadano sino como científico con más de 40 años de experiencia investigadora a mis espaldas. Si alguien los ha seguido, verá que pocas cosas sobre la pandemia me han sorprendido desde el principio.
El 26 de abril del año pasado, titulé «Covid-19: Demasiadas incógnitas y muy mala gestión». Entre las incógnitas que planteaba, no ha habido aún respuesta a la mayor de ellas: ¿cuál fue el origen del SARS-CoV-2, que dio lugar a la Covid-19? La OMS envió hace semanas a sus expertos a China, y las conclusiones de su informe bien podrían haberlas elaborado estudiantes avanzados de cualquier facultad de medicina. Hipótesis y solamente hipótesis, sin ninguna conclusión definitiva. Por cierto, descartan que el coronavirus pudiese haber surgido del centro de virología de Wuhan, entre otras razones, porque les consta que allí no se trabajaba con ese virus. ¡Por supuesto que no! Los investigadores chinos, de haber trabajado con él, a buen seguro que con su conocida transparencia les hubiesen dado toda clase de informaciones y datos al respecto. Así pues, ¿qué tratamientos se pueden establecer para una enfermedad de la que no se conoce su origen? ¿Y si este coronavirus es una especie de «castigo de la naturaleza» por la incrementada interacción entre animales y humanos, qué probabilidades existen de que en pocos meses no nos caiga una segunda pandemia, o una tercera, sin habernos recuperado aún de la primera? Si no se trabaja exhaustivamente en el conocimiento de la transmisión al hombre de los coronavirus (han sido tres ya en lo que llevamos de siglo XXI: SARS-CoV, MERS y SARS-CoV-2), y cómo frenarlas antes de que se conviertan en pandemias, me temo que habrá que acelerar los viajes a Marte. Ese conocimiento debe ser una línea absolutamente prioritaria de investigación a nivel mundial, con todos los medios humanos y materiales que requiera, en detrimento de lo que sea (tecnologías 5G, hidrógeno verde…). Nos jugamos el futuro de la humanidad. Con todo lo que supone el cambio climático, este tema es muchísimo más grave.
En ese mismo artículo, remarcaba la tremenda importancia del uso de las mascarillas, indicando las razones de su esencialidad. En aquellos días, todavía se cuestionaba su uso, nada menos que por la OMS. Menudo papelón el de esa organización a lo largo de la crisis. Otro tema que no dejé de comentar en mis artículos previos, fue el de la vacunación, sin duda lo esencial para combatir cualquier infección vírica. Los agoreros de turno nos decían que se necesitarían años para su desarrollo y administración. Aposté porque estaría en otoño, y me equivoqué: la Sputnik-V fue registrada en agosto.
El tema de la vacunación es el punto estrella del debate actual. Por descontado que su efectividad para combatir la Covid-19 supera con creces cualquier riesgo. No cabe duda que por cuestiones de tiempo, ninguna de las actuales vacunas ha podido pasar los rigurosos controles que se requieren para la aprobación de cualquier nuevo fármaco. El estudio de los efectos adversos no ha ido más allá de los cuatro meses, porque las opciones eran dos: a) completar los estudios con el rigor acostumbrado, lo que suponía años por delante, o b) administrar las vacunas, asumiendo unos riesgos, que en principio deberían ser bajos, pero para nada desdeñables/descartables. Piense el lector en el caso del tabaco. Si los estudios sobre sus efectos tóxicos se limitasen a cuatro meses, ¿cuántos cánceres de pulmón creen que se detectarían en fumadores de uno o dos paquetes al día tras cuatros meses? Pues sin duda alguna, los mismos que en el grupo control de no fumadores, ya que el cáncer aparecerá con los años. Dicho esto, yo me voy a vacunar cuando me toque, y lo voy a hacer con la vacuna que se me asigne. Asumo el riesgo, como nos toca asumirlo en múltiples ocasiones a lo largo de nuestra vida. Las dudas sobre una vacuna u otra tienen un cierto tufillo a intereses comerciales, muy propios de las actividades con grandes negocios. Y de eso las farmacéuticas saben mucho.
Por cierto, no les quepa duda alguna sobre la rápida aprobación en la Unión Europea de la Sputnik-V. No se ha administrado antes en la UE por motivos económico-políticos, debidos a las pésimas relaciones con Rusia. ¿O es que los rusos son pésimos en ciencia? Quizás debemos recordar la hazaña del astronauta Gagarin, justo hace ahora 60 años, y que los rusos fueron los primeros en viajar al espacio. Supongo que siguen siendo unos «chapuzas».
Parafraseando a Antonio Machado, Occidente desprecia lo que ignora. Y hablando de astronautas, ¿por dónde anda nuestro ínclito ministro Pedro Duque? ¿Alguien ha visto alguna comparecencia suya durante la pandemia? Pues, aunque no se lo crean, es el ministro de Investigación, y se supone que algo tendría que decir sobre un tema tan novedoso como el que nos ocupa. Aprovecho la referencia a ese desaparecido ministro para criticar como lo he venido haciendo en mis anteriores artículos (el último publicado a finales de enero, con el título «¡Vacunación ya!»), la muy mala gestión de los responsables gubernamentales en la Unión Europea, en España y en Cataluña. Un suspenso, rayando el muy deficiente a todos. El peor, la UE. ¡Qué desengaño más enorme me he llevado, y me temo que no he sido el único! A pesar de las dudas que me generó la gestión de la gran crisis económica del 2008 y años sucesivos, siempre había estado tremendamente ilusionado con el proyecto europeo. Ahora ya he perdido la fe.
La UE, como tal, no existe. Son 26 países más o menos satélites de una Alemania que va tomando las decisiones que más le convienen en cada momento. Sucedió con la crisis económica y la maldita receta de austeridad, y sucede ahora con la compra de vacunas. Al final, Alemania acabará comprando directamente la Sputnik-V. Gran ejemplo para el resto de países.
Me salto las críticas al gobierno español, porque con Illa y Darias al frente de la pandemia, poco cabe añadir. Si a estas alturas ya saben lo que es un virus, me doy por satisfecho. Sí que me detengo en los responsables de mi país, Catalunya, con Alba Vergés y el famoso Procicat al frente. Busquen en Internet su composición y se echarán a temblar. Son personas de la más variopinta procedencia, a los que se les supone al menos una extraordinaria voluntad y perspicacia, pero con un más que pobre bagaje científico para tomar las medidas que toman, sin sentido alguno muchas de ellas, y contradictorias en ocasiones. Que se lo pregunten a los sectores económicos a los que están destrozando. Eso sí, sus decisiones no les alcanzan económicamente a ellos, con sus sueldos asegurados a final de mes. ¡Que fácil resulta disparar con pólvora del rey! Y total, ¿para qué? Tanto lío, si al final en todas partes hemos acabado igual.
Los gobiernos (europeo, estatal y catalán) han demostrado claramente no estar a la altura de las circunstancias. Se dice que cuando la marea está alta, no se ve quién usa, o qué tipo de bañador se usa, pero ahora que la marea bajó, se ha visto en manos de quién estamos. Un drama terrible, ¿porque cuáles son las alternativas?
Y con respecto a la pandemia, señores gobernantes, les ruego encarecidamente que no desconcierten más a la ciudadanía. Tengo 69 años, y aún no sé ni cuándo ni qué vacuna recibiré. Eso sí, he pasado de no ser elegible para AstraZéneca a serlo, de esperar la de Jansen a ya veremos, de ser incluido en el grupo de los de Pzifer quizás, pero al final de la cola. Ese es mi caso personal, pero no es excepcional para nada. Vacunen, por favor, con la vacuna que sea, pero háganlo ya. Busquen las vacunas donde sea. ¿Cuántas muertes supone cada día de retraso? Ya que no supieron gestionar el día a día, y por ello, las consecuencias socioeconómicas y de salud física y psíquica las pagaremos durante muchísimo tiempo, sean al menos ágiles con lo que ya tenemos: ¡vacunen!
Josep Lluís Domingo: Catedrático de Toxicología y Salud Medioambiental la Facultad de Medicina de la URV. Director del Centro de Tecnologia Ambiental Alimentaria y Toxicológica de la URV, TecnATox. Forma parte del reducido número de profesores universitarios del Estado español que son coeditores o editores de una revista científica internacional: ‘Food and chemical toxicology’. Está entre los investigadores más citados del mundo. Thomson Reuters lo incluyó en el listado Highly Cited Researcher.