Llevo años siendo muy fan, casi un ‘hooligan’, de don Jorge Fernández Díaz, luz de Trento, martillo de herejes, exministro del Interior y presunto instalador de cocinas. Don Jorge ha prestado un último y desinteresado servicio a la patria al ofrecernos la receta definitiva para conseguir la paz en Ucrania.
En un reciente artículo publicado en La Razón, don Jorge propone deponer cuanto antes las armas, pero no al modo perrofláutico de Ione Belarra, sino confiando en un valioso elemento geoestratégico que no se le habría ocurrido ni al coronel Baños en una convulsa noche de gin-tonics, espías y avistamientos. «El fin de la guerra vendrá por el ICM», anunciaba con solemnidad don Jorge. Al encontrarme con ese titular, pensé en algún sofisticadísimo equipo militar o tal vez en un sistema de comunicación revolucionario que pusiera patas arriba las granjas rusas de troles informáticos.
Luego seguí leyendo y descubrí que el ICM era en realidad el Inmaculado Corazón de María y que su triunfo en Rusia era, como la propia virgen anticipó en Fátima, mera cuestión de tiempo. Para acabar con la guerra, según nuestro añorado exministro, basta con «impulsar la práctica de la devoción de los cinco primeros sábados de mes». No sé si Putin estará enterado del arma secreta que tiene don Jorge y que probablemente venga avalada por la autoridad incontestable de Marcelo, su ángel de la guarda, el mismo que le guiaba por los procelosos pasillos del Ministerio del Interior y le ayudaba a aparcar (sic).
Aunque les confieso que me pilla un poco desentrenado, ya he empezado a rezar todas las noches el «cuatro esquinitas tiene mi cama». Te quedan dos rosarios, Vladímir.