La calle bulle más que nunca. Las movilizaciones son prácticamente diarias, y casi todas tienen que ver con la repercusión de la sentencia del Supremo y, en último término, con el Procés. «A veces no tenemos perspectiva, pero es importante salir a la calle porque es un derecho adquirido desde hace más de un siglo. Cualquier reivindicación puede ser expresada por la gente de una manera cívica o democrática. En cualquier momento en que la gente se sienta reprimida, tiene que salir a la calle de forma organizada y pacífica», explica Òscar Hijosa, coordinador de la ANC en Tarragona, que asume la tesis soberanista de que el movimiento ha llegado tan lejos gracias al pulso de la calle.
La estadística del Departament d’Interior muestra un incremento exponencial de las manifestaciones y las concentraciones en Tarragona. Hasta 2017, año del referéndum del 1-O, la subida ya fue notoria. De los 151 actos de este tipo registrados en 2011 en la provincia a los 571 de 2017. El dato prácticamente se multiplicaba por cuatro, pero aún es más espectacular la estadística de 2018 y lo que va de 2019, cuando las concentraciones se disparan de forma definitiva. De esas 571 se pasó a las 1.615 de 2018, otro año convulso. Es un incremento del triple en un año y de diez respecto a 2011. Sale a razón de cuatro reuniones al día, y eso sólo teniendo en cuenta las marchas comunicadas a la Direcció General d’Administració de Seguretat.
Marchas tras la sentencia
El manifestante en Tarragona se ha habituado a una rutina de protestas: marchas soberanistas desde la Plaça de la Font a la Imperial Tarraco, movilizaciones en la URV o concentraciones unionistas de apoyo a las fuerzas policiales. En la misma línea ascendente se muestra 2019. Según el balance de Interior, hasta este mes de octubre se han organizado 1.309 manifestaciones en la provincia, 1.047 en el Camp de Tarragona y 262 en las Terres de l’Ebre, buena parte de ellas alimentadas por la sentencia condenatoria del Supremo a los líderes políticos independentistas. Los balances, marcados incluso por huelgas generales, superan con creces otras épocas igualmente turbulentas con quejas masivas en la calle, como las motivadas por los recortes en la sanidad catalana. Así, es probable que 2019 acabe batiendo el récord que se alcanzó en 2018.
Àngel Belzunegui, sociólogo y profesor en la URV, expone algunas de las claves de este aumento: «Toda esta movilización popular responde a dos factores. Uno de ellos son las redes sociales, esas nuevas formas de comunicación política, que instigan la movilización y facilitan el encuentro de mucha gente en la calle y en espacios públicos». El docente, además, define una tendencia más allá de la ideología que marca el Procés y de la revuelta contra hechos como la sentencia: «Hay un proceso generacional o temporal, como las ondas de Kondrátiev, en las que hay unos máximos y unos mínimos. Venimos de unos años sin movilizaciones populares. La últimas grandes fueron contra la primera guerra del Golfo. Y ahora volvemos otra vez».
Un ciclo alcista
Para Belzunegui, la clave reside en «unas nuevas generaciones que consideran que el espacio público tiene que ser el lugar donde manifestar sus inquietudes políticas, sus vicisitudes. Tengo la intuición de que responde a una movilización en ondas y ahora estamos en un ciclo alcista, inflacionista, no en un sentido negativo».
El sociólogo de la URV coloca a esta movilización más allá del soberanismo: «Ahora resulta que el centro de interés está relacionado con el Procés, pero podrían ser otros temas, como se está viendo, por ejemplo, con el cambio climático». Salir a la calle sigue siendo una herramienta de expresión recurrente y con visos de utilidad. «A pesar de las redes, la calle es el espacio absolutamente central para la visibilidad de cualquier reivindicación. Eso no ha perdido fuerza. Desde mayo de 1968, salir a la calle tiene una visibilidad determinada y provoca reacciones. Si la clase política teme algo es que haya gente en la calle».
Hay analistas que lo vinculan a un fenómeno global que abarca al 8-M o a la cuestión ambientalBelzunegui cree que se trata de ciclos: «Cada 10 o 15 años hay unos procesos societales que promueven movilizaciones públicas. Y ahora lo estamos viendo, además de manera transversal».
Desde el mundo soberanista, Rosa Maria Codines, presidenta de Òmnium Cultural Tarragonès, ha sido uno de los estandartes de la reivindicación callejera: «Veníamos de unos años políticos de monotonía pura, donde la política se hacía en las instituciones. Sólo hay que recordar en Catalunya tantos años de Jordi Pujol. En 2010, la sentencia contra el Estatut marca un punto de inflexión». Codines admite que, en ese momento, se produce un antes y un después: «La gente empieza a autoorganizarse y a querer formar parte. Pero es algo que va más allá del Procés. Lo vemos con la PAH o con el movimiento de las mujeres. La gente hace vida en la calle y quiere participar. Ya se acabó eso de votar y ya. Las reivindicaciones son constantes. Y hay que tener en cuenta la aportación de la gente joven, importantísima».
El historiador reusense y doctor en derecho Xavier Milian ofrece su visión más desde el prisma de la politología: «Estamos ante una crisis democrática. El sistema político no es capaz de resolver las problemáticas existentes y entonces la ciudadanía tiene que autoorganizarse». Milian cree que vivimos un repunte de la movilización que no tenía lugar hace 15 o 20 años: «La política no se hace solo desde las instituciones, así que la gente sale a la calle a expresarse, a dar su opinión». La inercia va más allá del eje soberanista. «No solo influye el conflicto nacional, sino todos los problemas estructurales, como la sanidad o la cuestión ambiental. La población se organiza para plantear debates y exigir cosas a los políticos y los gobiernos», zanja Milian.