Tarraco Viva ha dejado de ser el festival de los especialistas para pasar a ser una cantera de aficionados a la historia y al patrimonio. Incluye a gente de todas las edades y profesiones, los cuales comenzaron asistiendo a los espectáculos y han acabado formando parte de alguno de los múltiples grupos de recreación histórica.
Los resultados hablan por sí solos. El festival nació hace diecinueve años con la participación de varios arqueólogos y empresas especializadas de la ciudad, pero sin ningún grupo de recreación constituido como tal. Y a día de hoy se han creado hasta ocho agrupaciones diferentes. «Es una cifra extraordinaria. Creo que no hay ninguna otra ciudad con tantos grupos», asegura el director del festival, Magí Seritjol.
Si en sus primeras ediciones, las escenas de recreación eran a partir de grupos venidos de Alemania o Italia, paulatinamente los profesionales locales han ganado peso en la programación. Merche Tubilla es una de las arqueólogas que ha participado desde el primer día en el festival, en los últimos quince años con su propio grupo, Thaleia. Pone en valor que «la evolución ha sido muy buena. Poco a poco todos hemos crecido y mejorado en cuanto a mentalidad, vestuario y aprendiendo muchísimo. Y esto ha sido muy bueno porque el crecimiento ha sido paulatino, sin perder nunca el rigor del primer día».
Esto ha hecho que si el festival se nutrió durante muchos años de grupos extranjeros, ahora sean las formaciones locales las que muy a menudo son requeridas para participar en festivales de toda Europa.
Como las comparsas que participan en el Carnaval preparan cada año sus disfraces desde muchos meses antes, aquí en cierto modo pasa lo mismo. Los responsables empiezan a trabajar en el festival del año siguiente el mismo día de la clausura, y durante meses estarán ensayando y preparando los materiales. Aunque la cifra todos los años varía, alrededor de mil personas participan en el festival.
El objetivo es seguir creciendo. Por primera vez este año se han organizado actividades en los centros cívicos de los barrios. «Las cosas no crecen de la nada, pero en cuestión de años Tarragona podría ser una de las ciudades más proactivas a nivel de divulgación del patrimonio», pone en valor Seritjol.
Más allá de contribuir a crear toda una cantera de aficionados al periodo romano, y que ahora se ha acentuado a partir del auge de novelas históricas como las escritas por Santiago Posteguillo, Seritjol destaca también su contribución en las artes escénicas. «Quiero una ciudad que vibre con la historia como Silicon Valley representa para la tecnología. Y nos queda mucho, pero el festival podría generar empleo a gente del sector creativo», asegura.
De hecho, a su alrededor ya han nacido los primeros negocios especializados en la fabricación de sandalias, botas y todo tipo de elementos de cuero a medida para los grupos de recreación histórica. La elaboración de joyas, espadas, puñales y, en definitiva, todo tipo de armas también está generando algunos pequeños talleres. «En pocos años podríamos tener una industria muy importante alrededor del patrimonio», concluye Seritjol.