Más del 70% de los españoles compran lotería de Navidad. Además de un sorteo, es una tradición profundamente arraigada que combina tradición y esperanza. Cada año, millones de personas participan en la apuesta con afán de ganar y de intervenir en un ritual compartido, que se transmite de generación en generación.
Más que el resultado del sorteo, quizás lo más relevante es cómo cada cual gestiona sus expectativas, tanto en la victoria como en la probable derrota. Este juego de azar también permite ver cómo nos relacionamos con la incertidumbre y la riqueza, y estudiar qué emociones y creencias despierta. Entender la psicología detrás de la lotería puede ayudar a tomar mejores decisiones.
Esta es la web de Adrià Cabestany
Gastar en sorteos está relacionado con el funcionamiento de nuestra mente y nuestras relaciones con los demás. Aunque las probabilidades de ganarla sean bajas, la lotería puede significar una oportunidad de cambio. Soñar con una vida mejor genera dopamina, un neurotransmisor asociado al placer y a la ganancia que refuerza la ilusión y el deseo de participar. Estos premios anticipados activan el sistema de recompensas del cerebro y brindan satisfacción incluso antes de que se celebre el sorteo.
El Gordo de Navidad nació en 1812. Es una tradición de muchas generaciones. Comprar un décimo es un acto cultural compartido entre familia, amigos y colegas; un ritual que refuerza el sentido de pertenencia y comunidad, además de generar bienestar en el participante.
El pensamiento mágico
Otro elemento psicológico asociado al sorteo de Navidad es el pensamiento mágico: la creencia en que “esta vez puede tocarme” o “esta vez puede caer aquí” que estimula la esperanza y el miedo a quedarse fuera. Aunque las probabilidades de acertar sean mínimas, el cerebro tiende a ignorar la estadística negativa y a priorizar la emoción sobre la lógica. Hay quien apuesta toda su herencia creyendo en su racha de suerte y termina perdiéndolo todo. «¿Y si cae aquí’?», decía el anuncio.
Pensar qué pasaría si mi entorno gana y yo no ejerce una presión sutil. Así, cada año, miles y miles de personas que no suelen comprar boletos lo hacen para evitarse el arrepentimiento. Esa es la razón de que en las empresas ningún empleado quiera quedarse sin un eventual billete ganador. El miedo a la exclusión es un motivo poderoso.
¿Compramos demasiada lotería? En fechas navideñas, para bien o para mal, muchas personas tienen las emociones a flor de piel y, en consecuencia, las decisiones de compra son más impulsivas. Llevadas por la ilusión del momento, algunas compran más boletos de los previstos.
La presión social también afecta. En el trabajo o en la familia suelen proponerse compras conjuntas. Muchas acaban haciéndose por compromiso, para no verse excluido. Hay personas que no juegan a la lotería por principios y terminan comprando números para sentirse parte del grupo.
La ilusión de control
La compra emocional lleva a algunas personas a pensar que adquirir un número concreto les otorgará mayor dominio sobre el resultado. Este concepto se conoce como “ilusión de control” y hace creer que aumentan las probabilidades de ganar el sorteo.
A veces, jugar a la lotería puede ser un fin en sí, sin esperar un premio. No se trata solo de ganar, sino de formar parte de una tradición con más de 200 años de historia. Esta sensación puede llevar a compras repetitivas, pese a que las posibilidades de ganar sean mínimas.
Montaña rusa emocional
Ganar la lotería puede significar para el premiado una montaña rusa de emociones y cambios vitales. La euforia inicial deja paso a una explosión de alegría. El sistema límbico, encargado de regular las emociones, se dispara y genera una gran sensación de bienestar. Un estudio de la Universitat Oberta, sin embargo, demuestra que el 70% de los premiados se arruinan en solo cinco años debido a decisiones impulsivas y falta de planificación.
El premio lleva al ganador a rediseñar su vida y emprender nuevos proyectos. Se enfrenta a decisiones para las que quizá no está preparado. Si alguien que vive en un pueblo de 5.000 habitantes se muda de la noche a la mañana a una ciudad de un millón, es fácil que tome decisiones equivocadas, como confiar excesivamente en la gente o cruzar la calle sin prestar mucha atención al tráfico.
De la misma manera, no estar acostumbrado a gestionar todo ese dinero puede llevar a equivocaciones o a precipitarse. Pasar sin preparación de una cuenta de cinco mil euros a otra de un millón puede llevar a gastar de manera desmedida o impulsiva para disfrutar al máximo de una ganancia inesperada, o a inversiones de dudosa rentabilidad.
Ganar cambia las relaciones del premiado con su entorno. Familiares y amigos pueden pedir compensaciones o ayudas. Esa presión, unida al deseo de ayudar a los seres queridos o de cumplir con ciertas expectativas externas, puede convertirse en una carga emocional y económica o llevar a repartir demasiado dinero a otros.
A esta tensión pueden añadirse las envidias. Son situaciones que pueden llevar a los ganadores a sentirse incomprendidos, a desconfiar y a que empeoren las relaciones entre parientes.
Tampoco ayuda la llamada “adaptación hedónica”, concepto psicológico que alude a que los seres humanos nos acostumbramos rápidamente a cambios positivos.
Así, una vez que nuestra mente se adapta a la nueva riqueza, el dinero deja de ser suficiente para mantener el nivel de felicidad inicial. Es una situación habitual. Un desempleado de larga duración se alegrará cuando obtenga trabajo. A los pocos meses, sin embargo, es probable que empiece a ver los contras, como un mal horario. Si el horario mejora, al cabo de un tiempo es probable que se fije en su bajo sueldo. Y así sucesivamente.
El dinero parece la solución de muchos problemas, pero la vida después de ganar puede complicarse. El miedo a perder el dinero o las nuevas propiedades, y la inseguridad sobre el futuro puede generar malestar, incluso en quienes parecen haber alcanzado el éxito.
La lotería de Navidad emociona a millones de personas. A la vez, muestra las complejidades de nuestras relaciones con el dinero y la felicidad. Ganar y perder pueden convertirse en un reto psicológico.