El estudio de la productora de Óscar Cornejo está a pocas calles de Mediaset, la empresa de Telecinco. Óscar Cornejo se refiere a ellos como «los vecinos» o «los de al lado». En este norte, Madrid se extiende como un liquen por la meseta que lo rodea. Madrid tiende al infinito.
La idea de entrevistar a Óscar Cornejo nace en una reunión de redacción casi como una broma. La lanzo al aire y Marc C. Griso salta como tocado por una descarga eléctrica. «¿Quieres entrevistar a Óscar Cornejo? Déjamelo a mí». Podía imaginar a Marc negociando la entrevista. A Marc me lo puedo imaginar negociando con el mismísimo Papa de Roma. Lo que no me imaginaba es que en menos de 48 horas tendríamos el OK de Óscar Cornejo, el día y la hora.
Nos reciben en la puerta. El estudio no es más grande que un piso de tamaño medio de esta zona nueva de Madrid. Una referencia poco exacta, pero ya me entienden. La productora se ha reducido de tal modo que caben todos en el apartamento que ocupan y aún les sobra espacio. María Patiño se pasea en mallas de gimnasia y les dice que les espera para comer. De cerca, la archifamosa periodista parece más frágil.
A mí me parece alucinante que gente tan popular del calibre de Belén Esteban o María Patiño no reciban cada día 18 llamadas proponiéndoles mil cosas.
Durante un tiempo, ninguna.
¿Era omertá? ¿Se hizo el vacío a vuestro alrededor?
¿Sabes qué pasa? Que continuamente, tanto tú como yo, estamos haciendo referencia a lo sucedido, ¿no?
Sí.
Claro, pero si un extraterrestre nos escuchara diría, pero ¿qué sucedió? ¿qué sucedió?
Es el elefante en la habitación.
Estamos hablando como si hubiera habido un cataclismo. Un meteorito. Un crimen. Un asesinato. Yo creo que una de las claves de construir futuro es relativizar lo sucedido, pero relativizar no significa olvidar. No olvido nada. Es más, lo he ido apuntando. Porque me van viniendo recuerdos y conversaciones. Incluso voy encontrando mails y datos y me digo ¡Madre mía! ¿Cómo no nos dimos cuenta? Y claro, reinterpretas, te pasan por la cabeza tantas conversaciones, llamadas, cruces de personas en el pasillo, miradas... Nosotros estábamos a lo nuestro: tele, tele, tele, trabajar y trabajar, y por detrás se estaba gestando la marimorena. Yo no sé si hubo una maniobra política, yo creo que hubo un cataclismo en el panorama televisivo que supuso primero la cancelación de ‘Sálvame’ y a continuación nuestra cancelación. Fue de tal magnitud que lo que generó fue miedo. Creo que generó miedo en el sector. Miedo.
¿Tú crees, como dicen, que se os cancela por ser de izquierdas y maricones?
No lo sé. Pero lo dicen.
¿Qué hacía a vuestro mundo, ‘Sálvame’ y los demás, tan especial?
Bueno, el Deluxe era surrealismo. ¡Un delirio! Nosotros hacemos televisión para todos los públicos. Era un programa de entretenimiento que a más de uno le daba vergüenza decir que miraba o que le gustaba.
A todos nos daba vergüenza decir que mirábamos ‘Sálvame’.
Esto de la vergüenza, que la entiendo, dice mucho de lo que somos como sociedad. Porque si hablas con tu amiga que dice lo mismo, os libera a ti y a ella. Porque os dais cuenta de que no tenéis que esconderos de consumir un producto que es un canto a la intrascendencia, que no pretende nada más que hacerte pasar un buen rato. Punto. Y eso, en la sociedad en la que vivimos y con las vidas que tenemos, es una auténtica pasada, es un regalo. ¿Cómo te vas a avergonzar de que una televisión te regale unos minutos de intrascendencia? En una sociedad en la que estamos todos instalados en la trascendencia, que todo tiene que ser histórico y todo tiene que ser único... Chico, relájate. Es lo que se pretende. No es fácil. Yo no pretendo cambiar la sociedad. ¿Quién soy yo para pretenderlo? Yo me dedico a construir juegos para que el espectador juegue un rato y se entretenga, si quiere.
Hablemos de los huérfanos de ‘Sálvame’.
Muchos. Eran cuatro horas de meditación pura. Tú hacías con ‘Sálvame’ lo que te daba la gana. Lo consumieses todo o un ratito. Era un programa para consumir y desechar. Podías estar cuatro horas viéndolo y, cuando acababa, no sabías ni de qué había ido el programa, pero a ti te había calmado lo suficiente como para regresar a tu locura.
Volvamos a la política.
Quiero recuperar una cosa que has dicho. A mí me parece que simplificar lo ocurrido o limitarlo solo a una lectura política es llegar a la conclusión con una lectura simple. Hay muchas más cosas. Lo que pasa es que, en este contexto de crispación política continua y de que todo, absolutamente todo se politiza... Que si el asunto Broncano-Motos es la derecha y la izquierda... Simplificarlo así es caer en la trampa de la politización. Detrás de nuestra cancelación también hay intereses económicos y hay competencia y competitividad. Es decir, que si no estamos nosotros están otros.
Si no estáis vosotros está Ana Rosa Quintana.
El nombre impronunciable. ¿Sabes qué pasa? Que sobre lo ocurrido podrías construir muchas tesis y todas podrías argumentarlas bien. Todas se te aguantan. Porque ha sido alucinante. Porque si tú la escuchas a ella y yo he hablado con ella sobre esto...
Perdona, ¿habéis hablado con Ana Rosa Quintana?
A ver, aquí ya empiezan las cosas que tengo que medir mucho. Os lo cuento casi como cotilleo. Ella se nos quejaba rollo «mira lo que me han hecho», cuando nosotros ya estábamos en la calle. Comimos juntos hace un mes. Yo le daba patadas a Adrián bajo la mesa para decirle: «Qué fuerte ¡Tenemos tanto por aprender! Esta señora es una maestra. O sea, nos ha echado y casi nos llora. «Mira lo que me han hecho». Lo que le han hecho es que ella no quería ir a la tarde. Bueno, a lo mejor es cierto. Imagínate que es cierto. Es que no lo sé... Pero la escuchas y es una víctima. Pero una víctima que se olvida que ella está ahí facturando y nosotros aquí en la puta calle. Esto es el mundo al revés. Yo creo que ella es una grandísima profesional, es una comunicadora excelente. Es que prefiero decir solo que lo hace muy bien porque, si no, cualquier cosa me va a traer problemas aún hoy, imaginaos.
Bueno, pero es verdad. Esta señora va a todos los besamanos.
Sí, del poder.
De todo el poder, porque yo leo la prensa rosa.
La prensa rosa es una fuente de información absoluta.
Tú la ves en todas las bodas, en todas las fiestas, en todos los entierros. Si hay una constante matemática en este país es Ana Rosa Quintana, no el número pi.
Sí, pero seamos racionales.
Nos cuesta un poco...
¡Una barbaridad! Pero la lectura es muy simple: después de muchísimos años, una empresa decide relevar a su máximo responsable, a su CEO. El nuevo quiere tener un equipo de confianza. Dos italianos, uno que se va y otro que vuelve. Esta lectura te destroza todo tipo de conspiración política, de conspiración económica y de rabieta de cualquiera. Punto. La normalidad de una empresa. Y hay que respetarla. Yo la respeto. Lo único, y esto lo hemos dicho públicamente, lo único que no nos pareció bien fue cómo lo gestionaron, cómo ejecutaron el relevo. Es lo único. Lo demás... Bueno, lo demás es interesante. Lo demás te da lecturas. A ver, lo demás es una pasada. Pero no es una auténtica pasada, es una salvajada. Es una salvajada. Y te voy a decir algo: estoy convencido de que hubo un antes y un después.
¿Hablamos de Rocío Carrasco?
Podría demostrar que la emisión de la docuserie de Rocío Contar la verdad para seguir viva lo cambió todo.
¿Detonante?
Fue determinante. Determinante. Fue determinante para que empezaran a suceder cosas o para que se empezaran a mover cosas. Quizás en ese momento nadie, ni los que empezaron a mover cosas, sabían en qué acabaría ese movimiento. Pero estoy convencido de que fue determinante. Y te digo otra cosa: yo lo volvería a hacer. Aun sabiendo los resultados. Cuando digo que la docuserie lo cambia todo es que da una patada en la mesa, una bofetada en la cara del poder. Evidentemente, debía tener consecuencias. La primera, nosotros mismos, porque fue un ejercicio brutal de autocrítica al tipo de información que se daba en muchos de los programas que habíamos hecho. Porque durante 20 años se contó una historia desde una única versión y dándola por válida solo porque la otra parte no abría el pico. Ha sido uno de los momentos de televisión más brutales de los últimos veinte años o de la última década. Yo no recuerdo nada comparable. Ni en audiencia ni en impacto social.
¿Cómo fueron esos momentos?
No sabíamos que iba a tener ese recorrido. Para nada. El primer día, tras la emisión del primer capítulo, recuerdo salir del plató y decirle a Adrián: hemos perdido esta historia, ya no es nuestra. Quedaban todavía por emitir no sé cuántos capítulos. Pero ya estaba en manos de otros.
¿De quién?
De los espectadores. De la gente. Gente que piensa de una manera y gente que piensa de otra. Pero también estaba en manos de las mujeres. Nos sobrepasó. Y además, es que pillan un momento de cambio... Para variar, no pasaron ni 24 horas y ya se había politizado. A partir de ahí ya estás perdido.
¿Os manipularon?
La noche de la primera emisión ya hubo manifestaciones de determinados representantes de partidos políticos de la izquierda, con tuits, etcétera. A partir de ahí ya daba igual. Rociíto, como personaje del corazón, era lo de menos. Era su historia y el impacto y lo que había puesto sobre la mesa.
¿Por qué?
Por romper un tabú como una casa. Ella desvela las miserias del sistema. De nuestro sistema. Es una autocrítica en toda regla. Primero nos cargamos el sistema de ciertos medios de comunicación, como el nuestro, pero después pone patas arriba una realidad, su realidad, que, de repente, se descubre que es una realidad muy presente en la sociedad, en muchísimas mujeres.
Pues menos mal que hacéis televisión intranscendente.
Sin duda ha sido la vez que realmente hemos sido trascendentes. Quizás la única vez.
Adrián entra en la sala, seguramente para controlar que a su socio no lo hayan abducido un par de periodistas de Tarragona después de más de una hora de entrevista
«¿Todo bien?», pregunta.
«Todo salvo cuando he mencionado a Ana Rosa».
«Noooo...» (risas).
«Yo solo quiero decir cosas buenas de esta señora...»
Suéltate.
No, no, no, no.
Que somos el ‘Diari de Tarragona’.
Ahora no nos lo digas que no nos lee nadie. Con cualquier cosa que hacemos, se monta una buena.
Hablemos de audiencias.
¿Sabéis dónde somos líderes nacionales? Entre el público de 25 a 44 años. Esto es interesante. ¡Líderes nacionales! Nuestro programa, que está en un canal que tiene problemas de sintonización. En nuestro horario, durante esas cuatro horas. O sea, por encima de Telecinco, Antena 3, etcétera. O sea, es una burrada. Porque además ese público es el que más buscan los anunciantes. Es el target más deseado. Eso ha generado... bueno... ha reabierto heridas con los de enfrente.
¿Heridas sanguinolentas?
No, las heridas las estamos cerrando nosotros porque ya estamos aburridos.
¿Por eso no dais entrevistas? ¿Os cansa hablar de esto?
Que no hayamos dado entrevistas no significa que no haya día en que no hablemos entre nosotros o que no recordemos todo lo sucedido, por un motivo u otro.
Pero habéis pasado la rabia.
La hemos pasado ya. La rabia. El duelo. Todo. Todo el duelo, todo a la vez. Bueno, no... A mí me queda un poquito de rabia.
Vuestro público está ahí.
La gente y la confianza no se pierden, el público no se va a ningún sitio.
Es como los electores, los electores no se marchan, se van los partidos. Como los votantes de algún partido catalán.
Otros huérfanos que deben cruzarse en más de un barrio. Se cruzan porque el catalán no dirá que mira ‘Sálvame’... Bueno, cuidado, eh. Cuidado, cuidado, porque en Catalunya liderábamos siempre. Primero con ‘Sálvame’. Y ahora nos está yendo muy bien. Ahora también casi le ganamos a TV3 en la tarde, que tampoco hay que esforzarse tanto (risas).
¿Creéis que también formáis parte del fenómeno Broncano?
Es curiosa la imagen que, de repente, tiene nuestro programa respecto a la que se tenía de ‘Sálvame’. Ahora pones ‘Ni que fuéramos Shhh’ y oye, todo son críticas positivas.
Porque nos gusta más un ídolo caído que a un tonto un lápiz.
Ah, es por eso (risas).
Ahora todo el mundo os quiere.
Bueno, menos los que dejaron de querernos. Menos los vecinos... Mediáticamente recibimos mucho cariño, mucho. También sentimos que la gente está de nuestro lado, y el público nuevo que ha llegado por digital, que hemos atraído a gente muy joven que antes solo nos tenía como referencia para un meme.
¿’Sálvame’ se había alejado de su público?
El éxito te acaba aislando, y la mirada con el público de ‘Sálvame’ ya no era de igual a igual en sus últimos tiempos, por su burbuja de éxito. Lo que nos ha ocurrido ha permitido reconectarnos. Y eso, junto con tener que empezar en el mundo digital –porque no nos dejaron otra salida–, nos ha ayudado. Por eso decimos que el final ha acabado siendo un regalo. Lo que ha ocurrido es un regalo para nosotros como productores.
Explícamelo
Porque nos ha permitido reciclarnos, reconectar con la calle, descubrir o conectar con nuevas narrativas que utilizan muchos jóvenes. Si no, cómo se explica que nuestro programa, en un canal pequeño, sea líder nacional entre el público de 25 a 44 años y en la franja de 13 a 24 estemos segundos, terceros. Es el público que tiene más habilidad para conectar el canal. Para sintonizar. Para encontrarlo. Así se explica que el público que menos nos ve son los mayores de 65 años. Es donde tenemos el peor dato.
El mundo abuelo se hace un lío con el mando de la tele.
Sí, pobres... Pero estamos haciendo el camino inverso. Estamos innovando. La legitimidad ya no está en las grandes cadenas. Está en todas partes. En las redes sociales, en YouTube. Normalmente, del mundo digital se aspira a saltar a la tele. Pero no aspiras a dejar la tele y saltar al mundo digital. Porque el dinero está en la tele. El dinero está en la tele. Y el poder está en la tele. En el duopolio. Si sales en la tele, existes.
¿Qué es el duopolio?
Mediaset y a Atresmedia. Todo lo que esté fuera del duopolio es sobrevive como puedas. Yo hablo del entorno privado, no de las cadenas públicas, que tienen otros modos de financiarse –tú y yo pagando impuestos–. Todo lo demás es irrelevante o haz lo que puedas. Sálvese quien pueda. Ni plataformas ni nada.
¿Las plataformas no acabarán con este duopolio?
No, porque el contenido que ofrecen es otro. Ha habido algún experimento tímido, pero las plataformas no ofrecen programas diarios de actualidad en directo.
Muchos piensan que las plataformas acabarán con la tele.
En realidad, lo que salva la tele no es la actualidad. Lo que salva la tele es el dinero. Lo que salva a la tele es que la realidad de los contenidos va por un lado y la realidad de la financiación de los contenidos va por otro. Dicho de otra manera, el 80% del mercado publicitario lo acaparan dos grandes grupos, Atresmedia y Mediaset. El resto va para YouTube y las plataformas que viven mayoritariamente de las suscripciones, no de la publicidad. Tras el duopolio, todo lo que entra en la gran bolsa de reparto se lo lleva principalmente YouTube y después ese saco de un centenar de canales de TDT que encuentras en tu tele, si es que los encuentras.
David contra Goliat.
Mientras siga siendo así, sí. Ojo, digo que va por otro lado porque los contenidos que acaparan el 80% del mercado publicitario, en realidad cada vez llegan a menos espectadores porque los espectadores se han repartido en muchos lugares. Pero todavía no ha habido ese ajuste que, a mi juicio, tarde o temprano ocurrirá. Pasará como con la prensa de papel. De momento, en la tele no ha ocurrido y el dinero sigue entrando... Pero aquí no, en el vecino de allá (risas).
Futuro. Explícame cosas de futuro.
¿El futuro? Pues aguantar, resistir y aprovechar... Nosotros estamos aprovechando esta reconexión con el público para desarrollar nuevos formatos con otro aire, con una libertad que probablemente antes no teníamos. A partir de ahí, estamos muy esperanzados con varios de los proyectos que hemos desarrollado en las plataformas con que tenemos muy buena relación, como Netflix, Movistar+, HBO, Prime Video... Hay un proyecto que ya está en fase de pre-producción, muy avanzado. Un proyecto muy chulo, pequeñito, un proyecto boutique. Y esperar y disfrutar siendo pequeños, que también se puede.
No hemos hablado de tus referentes, que es una pregunta clásica.
¿Referentes? ¡Pero si yo quería ser hombre del tiempo! Que me muero (risas). Mi ídolo era Mario Picazo. Sí, yo hice un casting, con Tomàs Molina... Yo creo que no lo he contado nunca. Qué vergüenza. Y debe estar por ahí grabado en algún sitio.
Lo buscamos (risas).
No, no, no. Yo soy un enfermo, soy un apasionado de la meteorología, pero además te digo en serio, por eso quería ser hombre del tiempo y sigo muy enganchado. De pequeño, cuando conseguía que mi madre me dejase salir de casa, cogía la bicicleta y me iba persiguiendo nubes, las nubes de tormenta, porque quería que me lloviera encima y las veía pasar y nada, siempre nada. Se escapaba. Y regresaba a casa con mi bicicleta. A la calle 3 de Bonavista.
¿Es difícil salir de esa calle?
Yo no he salido nunca. Aún miro mi barrio desde la ventana. Mi madre apenas me dejaba salir a jugar, eran esos años difíciles, y yo miraba el paisaje, la petroquímica, vamos, y pensaba que mi barrio era Manhattan, porque las calles también iban por números. Aún estoy ahí.
¿Lo echas de menos?
Siempre. Yo no he salido de mi barrio.