La historia de Imma y Cel es de esas que pone los pelos de punta a cualquiera. Las dos hermanas denuncian el trato que recibió su madre, Bienvenida Gómez, de 85 años, durante sus últimas tres semanas de vida. Las pasó en la octava planta del Hospital Joan XXIII de Tarragona, aunque finalmente fallecía el pasado 28 de febrero en la sexta planta, donde la trasladaron después de mucho insistir. Imma y Cel, al igual que otros testimonios –entre trabajadores y pacientes– entrevistados por el Diari, explican las condiciones en las que se encuentran los enfermos y familiares en esta octava planta del centro hospitalario tarraconense.
Bienvenida entraba en el hospital el pasado 4 de febrero, a través de Urgencias, por un cuadro de fiebre. Pasó todo el fin de semana en observación y, durante la noche del domingo al lunes, fue trasladada a la octava planta. «Alucinamos con las condiciones. Es una planta indigna, absolutamente deplorable, es como la buhardilla. Es una planta más propia de un hospital tercermundista que de uno europeo. Las habitaciones han quedado obsoletas», explica una de las hijas de Bienvenida, Cel Font, quien añade que «las camas deberían ir directamente a la chatarrería. La de mi madre, por ejemplo, estaba rota».
No es la primera vez que hay quejas sobre esta octava planta. Las habitaciones son pequeñas. Tanto que apenas caben las dos camas y una silla. Además, no cuentan con ducha dentro de la habitación, con lo que los pacientes deben salir al pasillo para ducharse. Tampoco funciona el sistema de climatización. «Lo peor de todo es que, a lo largo de nuestra estancia en el hospital, hemos visto camas más modernas tiradas en el pasillo de la planta 7. Y, mientras tanto, mi madre despidiéndose de este mundo en una cama rota», añade Font.
Las hijas de Bienvenida denunciaron un trato vejatorio hacia su madre. Aseguran que tocaban el timbre y que no acudía nadie hasta al cabo de tres horas. También que era imposible poder hablar con el médico y saber qué le ocurría a su madre, ya que cuando Cel o Imma podían entrar en el hospital, los médicos ya habían pasado. «Nos decían que mi madre pusiera el altavoz cuando pasará el facultativo y así nos enteraríamos. ¿Perdona? Estamos hablando de una mujer de 85 años», explica una de las hijas.
Pero la paciencia de la familia de Bienvenida se colmó el 10 de febrero. «Según parece, se llevaron a mi madre de noche para hacerle una punción en la espalda que no estaba pautada en ningún lado. Al volver a la habitación, la ataron con unas cuerdas. Al día siguiente, nadie sabía nada. No había nada anotado. Según la compañera de habitación, mi madre había estado toda la noche llorando y quejándose de dolor», explica la hija, Cel Font. Como era fin de semana, las enfermeras les decían a las hijas que hasta el lunes no podrían hablar con nadie. A partir de entonces, la protagonista de esta historia empezó a empeorar, día tras día.
Con todo ello, la familia de Bienvenida decidió poner una reclamación en el mismo hospital por trato vejatorio hacia su madre. Días después, se registró la segunda queja por falta de información. «Nunca tuvimos ningún diagnóstico claro, porque no podíamos hablar con los médicos», dice Cel Font, quien añade que «además, todos los que atendieron a mi madre tenían menos de 30 años. Eran estudiantes en prácticas».
Según ha podido saber el Diari, la octava planta no es de ninguna especialidad concreta, sino que atiende a pacientes que no pueden ir a la planta que les corresponde por estar llena. Eso explicaría que los médicos pasaran antes de que llegaran los familiares. Cabe recordar que, hasta hace una semana, las visitas estaban restringidas a un horario concreto.
Las hijas de Bienvenida preguntaron insistentemente al personal si el estado de salud de su madre era irreversible. «De ser así, nos la hubiéramos llevado a casa, para que muriera tranquila. Nos decían que no se encontraba en esta pantalla», relatan Cel e Imma. Dos días antes de morir, las hijas consiguieron que trasladaran a su madre a la sexta planta, que era donde le tocaba estar.
La última media hora de vida
Lo peor todavía no había llegado. El día 28 de febrero, le practicaron un drenaje de páncreas a Bienvenida. «Nadie había dado el consentimiento para esta prueba que resultó ser mortal», dice una hija. Al subirla de radiología, la paciente entró por los pasillos chillando «me muero, me muero», explica su hija Imma, allá presente. Y sigue relatando: «Al llegar a la habitación, mi madre se quejaba por falta de aire y llamé hasta tres veces al timbre para que viniera una enfermera. Mi madre no paraba de gritar y de quejarse. Estaba agonizando», explica Imma. La enfermera les decía que estaba sufriendo un ataque de ansiedad. Pocos minutos después, Bienvenida entraba en parada cardiorespiratoria y acababa muriendo. «Mi madre se pasó veinte minutos agonizando, chillando que se moría», explica la hija, quien asegura que no puede sacarse de la cabeza ese rato.
La familia ha denunciado trato negligente por parte del equipo médico. «La actuación del personal fue la de omisión en sus funciones de paliar el sufrimiento del enfermo», explica Cel, la otra hija, quien añade que «sabemos que mi madre tenía una edad avanzada, pero nadie se merece pasar sus últimos días como ella los pasó. Lo queremos denunciar para que no vuelva a pasar nunca más».
Fuentes oficiales del Hospital Joan XXIII aseguran a este medio que las reclamaciones de la familia de Bienvenida «están siguiendo el procedimiento habitual».
La octava planta
El Diari ha podido entrevistar a trabajadores, sindicatos y pacientes sobre el estado de la octava planta del Hospital Joan XXIII. La mayoría de ellos coinciden en asegurar que las condiciones de este espacio son deplorables. Se trata de una planta que ya estuvo cerrada hace tiempo y se empezó con la reforma. Con la llegada de la Covid, solo se pudo acondicionar una parte y la otra quedó tal cual estaba. Según parece, la intención era seguir con las obras una vez terminada la pandemia, pero la llegada masiva de pacientes y la falta de espacio no ha permitido cerrar la planta.
Para hacernos una idea, las habitaciones son muy pequeñas. Apenas caben dos camas y una silla. «Cuando tenemos que hacer pruebas a los pacientes, nos vemos obligados a sacar fuera de la habitación todo el mobiliario. Sino, no cabemos», dice una enfermera de esta planta, quien prefiere no dar a conocer su nombre. «Durante mucho tiempo luchamos para que estas habitaciones fueran individuales. No lo conseguimos», añade.
Por otro lado, las habitaciones no tienen ducha y los enfermos deben salir al pasillo para lavarse. «Tampoco funciona la climatización. Y la verdad, no quiero saber cómo trabajarán este verano las enfermeras a 40 grados», comenta Silvia Labodia, portavoz del Grup de Treball en Defensa de la Sanitat Pública».
Desde el sindicato CGT, explican que la planta, muchas veces, no cuenta con los recursos materiales ni humanos necesarios. «Como es una planta sin especialidad, en ocasiones el personal tiene que ir a otras plantas a suplicar máquinas y aparatos», aseguran desde el sindicato. Una trabajadora explica que «cuando nos quejamos, nos dicen que es una solución temporal y que, en breves, la planta se cerrará».
La reforma se retomará cuando baje la presión asistencial
Por su parte, fuentes oficiales del Hospital Joan XXIII explican al ‘Diari’ que, en verano de 2020, se inició la remodelación y acondicionamiento de la planta 8, pero que las obras tuvieron que paralizarse debido a las diferentes olas de Covid que se registraron durante esos meses. Quedaron pendientes algunas de las mejoras del equipamiento. «Siempre que la presión asistencial lo permita, en los próximos meses está previsto retomar las actuaciones del plan de mejora y acondicionamiento», explican desde el hospital. Pese a ello, las mismas fuentes aseguran que la planta cumple con todas las condiciones para la hospitalización de los pacientes.