María Parra no entiende la vida sin música. Pianista, compositora e intérprete, cada tecla de su piano, cada nota, habla de pasión, de tesón, de fuerza, de confianza, de sensibilidad... de todos esos valores que la han hecho triunfar en un mundo tremendamente complicado en el que ha tenido que superar incontables obstáculos pero que está también lleno de satisfacciones. No puede ser de otra forma cuando se trata de perseguir –y, en este caso, alcanzar– un sueño.
La pregunta es obligada. ¿Qué es la música para usted?
La música ha supuesto para mí diferentes cosas según las épocas, pero es lo que da sentido a mi día, por lo que aposté, lo que siento que he venido a hacer a este mundo. A lo largo de mi biografía se ha convertido en una herramienta para descubrir quién soy y cómo veo el mundo. Encontré, con mis referentes, un lenguaje de expresión de mi hacer artístico.
Nació en Soria. ¿Cómo recaló en Tarragona?
Nací en Soria de causalidad. Mi padre acababa de obtener el título de profesor de Bellas Artes y su primer destino le llevó a aquella ciudad. Era su primer año de matrimonio y allí me gestaron. Nací un 13 de septiembre. Y ese mismo mes, con el nuevo curso, le enviaron a Mataró. Yo tenía 15 días. Allí pasé mi primer año de vida y luego ya vinimos a Tarragona. Mis padres se enamoraron del mar y de la ciudad, que se convirtió ya en la sede oficial de mi familia.
Ha citado a su padre. Habla de él con mucha admiración.
Sí, mi infancia está muy ligada a su figura. Era un rebelde con causa, un personaje muy potente en el tejido cultural y social de Tarragona. Era pintor y profesor y se implicó mucho en los movimientos sociopolíticos del momento. Concebía el aula como una plataforma para ofrecer a sus alumnos la posibilidad de ser libres, era un revolucionario. Mi casa, en la Rambla, 64, era lugar de encuentro de esos espíritus inquietos, un río de personas que distorsionaba el ritmo familiar pero que para mí resultaba muy excitante. Siempre había charlas, debates... Y mucho humo.
¿Había música en su casa?
Sí, claro. Mi padre era un amante de la música. Él escuchaba sobre todo clásica y folk. Beethoven, Mozart, Bach... estaban siempre sonando. Mi padre se gastaba buena parte de lo que ganaba en libros y discos de vinilo. Él es el culpable de mi despertar hacia la música.
Pero usted, de joven, escucharía algo más que clásica.
Sí, yo descubro por mi cuenta otro tipo de música. Llegué a The Beatles un poco tarde, porque en mi casa el rock y el pop no se oían. Pero me gustaban Supertramp, Alan Parsons Project, Genesis, Pink Floid, Dire Straits... A partir de allí se configura mi gusto personal.
¿Y de dónde le viene esa afición por el piano?
Fue gracias, aunque de forma un poco involuntaria, a mi abuela paterna. Una hermana de mi padre vio en un anticuario un piano y lo compró, y lo metieron en casa de mi abuela, en una habitación bajo llave, como una reliquia. Yo intentaba convencer a mi abuela para que me dejara tocarlo, pero no había forma. Temía que lo estropeara. Aproveché una semana que estuvimos solas y lo conseguí. Mientras ella se echaba la siesta yo tocaba aquel piano desafinado y se me pasaban las horas. Tenía 6 o 7 años.
Y de allí, al conservatorio.
Empecé en el conservatorio de Tarragona. Luego, de más mayor, iría a Vila-seca, a París, a Barcelona... También iba a danza, me encantaba bailar.
¿Y cómo compaginaba eso con los estudios?
Sacaba muy buenas notas, era de todo sobresalientes. Pero con diez años tuve la primera noción de lo que es el estrés. Me agobié porque no podía sacar un 10 en todo. Tuve que elegir y dejé el baile. Fue mi primera decisión dolorosa. Luego vendrían más.
¿Cuándo decidió dedicarse a la música?
Tardé en darme cuenta de que la música era mi tándem. Lo descubría a los 18 años. Al acabar COU por ciencias puras y con muy buenas notas, podía elegir lo que quisiera. Pero no me apunté a la universidad; no tenía claro qué hacer. Y me decanté por seguir con la música. Y hasta hoy.
Imagino que fue una decisión difícil de comprender por mucha gente. Y en casa.
Sí, claro, pero yo reclamé que me gustaba la música. Fue una cuestión de fe en mí misma. Notas dentro de ti algo irrefrenable que te dice que si no haces eso te sentirás tremendamente infeliz.
¿Y no se ha arrepentido, no ha sentido ganas de tirar la toalla en algún momento?
Muchas veces, te lo aseguro. Una vez que decides emprender este camino te salen muchísimos enanos. Tienes pocos apoyos, has de ir buscándolos. Y los referentes. Hay muchos momentos de duda y flaqueza, pero no te puedes parar en medio del desierto porque te mueres. Tienes que proponerte metas, retos, armarte de fe y energía. Es como un músculo que entrenas y cada vez lo ves más cerca. Pero ha habido muchas piedras en el camino. El ámbito de la música clásica no es desde luego amoroso. Gente que te pone zancadillas, cosas dolorosas que has tenido que abandonar...
¿Como el Bouquet Festival que organizaba en Tarragona?
Como fue el Bouquet Festival. Pero no fui yo quien lo dejó de hacer, hubo un cambio de interlocutores y ya no había diálogo. El trabajo de ocho años quedó interrumpido. Fue muy triste, pero son cosas por las que yo ya no podía hacer más. Fue bonito mientras duró, una inyección de autoestima para Tarragona, con la música y el patrimonio unidos.
¿Tuvo que renunciar a muchas cosas?
De muy joven no me importaba tanto, porque no encajaba en los estereotipos que dicen que a ciertas edades tienes que ir de discotecas y beber... Las renuncias tienen que ver más con separaciones de gente que es importante en tu vida. Salir del entorno familiar muy joven, un divorcio... Con todo lo que te distorsiona dejar gente por el camino. Es doloroso. Y luego está el desarraigo. Siempre he sido extranjera en todas partes y eso es muy triste. Me siento ciudadana del mundo y mis afectos tienen que ver con los lugares y las personas que me han hecho vivir experiencias.
Dejó Tarragona y ahora vive en Madrid.
Sí, llevo ya siete años en la capital. Las oportunidades profesionales están en Madrid. Me encantaría vivir en Tarragona, irme fue una de las decisiones más dolorosas que he tomado. Vuelvo cuando puedo para ver a la familia y porque en Tarragona tengo parte de mi vida. Pero a nivel artístico las cosas pasan en Madrid y a veces hay que saltar al vacío.
¿Le ha ayudado el hecho de ser mujer, o se lo ha puesto más difícil?
Uf, mucho más difícil. La maternidad fue una época de freno, porque estamos relegadas al papel de madre y esposa. Pero eso no es por lo que yo estaba luchando desde la infancia. Me costó un divorcio doloroso y tener que navegar sola con dos hijas a cuestas. El mundo no está hecho para las mujeres, aunque hay muchas conquistas logradas.
Pero siguió adelante.
Sí, fue muy duro, pero no podía traicionarme a mí misma. Tenía un compromiso profundo conmigo y no podía tirar por la borda todo lo que había conseguido. De haberlo hecho no habría podido mirarme al espejo. Al final hay que currárselo y seguir adelante.
¿Cómo vivió una artista como usted el confinamiento por la pandemia?
Tuve dos reflexiones. La primera es que se terminaba el mundo. Acababa de firmar con Warner, una multinacional, era mi sueño, lo conseguí en febrero de 2020. El disco iba a salir en primavera, pero todo esto se aborta por la pandemia. Al mismo tiempo, cambié el chip y aproveché que el mundo está parado para componer. Estaba horrorizada por lo que pasaba, pero fue mi época más fructífera a nivel creativo y lo disfruté mucho con mis hijas. También ofrecí mi música por internet, como otros músicos.
¿En qué se inspira para sus composiciones?
En aquella época, en la naturaleza que nos estábamos perdiendo y que se estaba quejando. Yo podría vivir en el campo como una anacoreta, fusionada con la naturaleza. Mi disco Gea, creado durante el confinamiento y que hace mención a la diosa primigenia de la mitología, es un canto a la vida, a la creación y a lo femenino.
¿Algún proyecto en marcha?
Está a punto de salir un disco que me tiene muy entusiasmada con el trío de jazz. El trabajo artístico está acabado, solo faltan cuestiones técnicas. Y quiero meterme en el mundo de la producción y componer para otros, tengo algunas propuestas. Y seguir aprendiendo; siempre hay que seguir aprendiendo.
¿Cómo se ve Tarragona desde Madrid?
No se ve, no existe. Existe Barcelona, pero tampoco es lo que era.
¿Pesa la política?
No lo sé, pero es triste que los músicos madrileños no puedan tocar en Catalunya, pese a que los catalanes actúan en Madrid y son muy bien recibidos. Pero de Madrid a Catalunya no nos abren las puertas. Eso del divide y vencerás es muy cierto, aunque yo creo que dividiendo no se llega a ningún lado.
¿Que le falta a Tarragona?
Unión, por encima de consideraciones políticas. Hay que trabajar por el bien común, buscar consensos y llegar a acuerdos en lo que es bueno para la ciudad, independientemente de quién gobierne. Hay que pensar más en los ciudadanos que en quién se pone la medalla. Las cosas hay que hacerlas para que perduren.
¿Tiene algún lugar o rincón especial en Tarragona?
Muchos. Yo soy una tarraconense de corazón; aunque la vida me haya llevado a otros lugares Tarragona es mi casa. Esta ciudad es una maravilla, los romanos ya lo sabían y no eran tontos. Yo he hecho de guía turística en Itinere y he enseñado la ciudad con mucho cariño. Me quedo con el Balcó del Mediterrani. Es un espectáculo.