Son las siete de la mañana y comienzan los Juegos del Hambre en el entorno del Hospital Joan XXIII. Los coches van llegando hasta el lugar y buscan cualquier rincón insospechado para aparcar. A vista de pájaro, parecen hormigas locas buscando desesperadamente su lugar. Saben que la cosa va de minutos. Si llegan a las 7.04, en lugar de las 7.01, la mañana se les puede complicar. La mayoría de conductores son trabajadores del hospital. Los más puntuales tienen suerte y aparcan en zona naranja –un euro al día–. Los que no encuentran plaza están dispuestos a todo: aparcan donde sea menos en zona verde, de pago. En medio de solares privados, en zonas boscosas, en carriles de circulación, en las entradas de los parkings o incluso encima de las aceras.
Los vecinos están desesperados. Aseguran que se las ven y se las desean para poder salir de su casa a las horas puntas. Dicen que la situación ha empeorado desde hace tres semanas, cuando se cerró el parking de trabajadores del hospital por el inicio de las obras. Unos 300 vehículos más tienen que encajarse en el entorno. Además, el cierre del aparcamiento coincide con la conversión de un centenar de plazas naranjas en verdes. El Ayuntamiento asegura que la medida surgió a petición de los vecinos e insiste en que se han mantenido 800 plazas de un euro al día. Parecen insuficientes.
La asociación de vecinos del Parc Francolí, sin embargo, asegura que no son necesarias tantas plazas verdes. «No somos muchos vecinos y la mayoría tienen parking privado. Lo único que se consigue poniendo plazas de pago es que la movilidad sea un caos absoluto», explica Roser Barrio, secretaria de la entidad vecinal.
Trabajadores y pacientes no están dispuestos a pagar y optan por ocupar espacios prohibidos. Es el caso de Ruth. Lleva un mes dejando el coche en un descampado –aparentemente abandonado– que hay entre las calles Francolí y Arquebisbe Ramon Torroella. «Si no nos dan soluciones, nos las buscamos. Es una zona muy tensionada a nivel de aparcamiento y no se hace nada al respeto», añade Ruth.
Años atrás había más solares privados abiertos y llenos de coches aparcados. Según los vecinos, el Ayuntamiento primero puso New Jerseys de hormigón en las entradas de estos descampados, y después instó a los propietarios a vallarlos. Se supone que era la manera de que los vehículos aparcarán en zonas reguladas. Quede claro que no hay solares municipales en este entorno.
En el parking disuasivo de Guillem Oliver –el único municipal, de zona naranja– tampoco cabe ni una aguja. Además, las últimas lluvias dejaron el terreno dañado, cosa que ha hecho perder alguna que otra plaza de aparcamiento. Hay coches hasta en la entrada y la salida.
«Nosotros entendemos que la gente tiene que ir a trabajar o que llegan tarde a la visita del médico, pero hay que buscar una solución para que esto no se convierta en la ciudad sin ley», opina Barrio, quien quiere dejar claro que no está en contra de los trabajadores. «Lo único que pido es un remedio para acabar con la situación caótica de cada mañana», añade. Los vecinos aseguran ver coches encima de las aceras o en las salidas de los parkings privados. Alguna cabeza pensante deberá encontrar la solución.