Assumpció Vallhonrat entraba bien temprano al salón de plenos, para ocupar su silla de primera fila. Era un día importante para su familia. Todo estaba preparado para que su hijo tomará posesión como el nuevo alcalde de Tarragona. «Mi marido falleció hace seis años. Si le viera ahora y aquí, estaría muy orgulloso de él. Seguramente hoy estará celebrándolo allí arriba», explicaba, emocionada, la madre de Pau Ricomà. La mañana de ayer fue intensa y difícil de olvidar. Pero empecemos por el principio.
Los primeros en entrar al hemiciclo fueron el exalcalde Josep Fèlix Ballesteros y su fiel compañero Pau Pérez. Su rostro lo decía todo. Sabían que eran sus últimos minutos al frente de la corporación. Los representantes de las entidades soberanistas se acercaron a saludarle.
Mientras tanto, el hall de la primera planta del palacio municipal se llenaba de ciudadanos –algunos con esteladas y camisetas amarillas– dispuestos a asistir al pleno a través de dos pantallas gigantes. Las sillas del salón de plenos eran ocupadas por los familiares de los concejales y por periodistas.
Carla Aguilar-Cunill (En Comú-Podem) aprovechaba ese momento para saludar a la esposa de Ricomà. Y de repente, entraba en escena el vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonés (ERC), entre aplausos. Y es que por nada del mundo quería perderse este giro republicano que estaba a punto de sufrir la ciudad.
Entre el público se encontraba Pepita Andreu, de 94 años. Es la abuela de Xavi Puig (ERC), nuevo concejal de Urbanisme del Ayuntamiento de Tarragona. No podía contener la emoción. «Nunca me hubiera imaginado vivir este momento. Creo que lo hará muy bien. Eso sí, debe seguir mis consejos», decía la abuela. «¿Y cuáles son?», preguntaba la periodista. «Sobre todo, que sea un político honrado». Y fin de la conversación.
Cuando pasaban nueve minutos de las doce del mediodía, empezó la toma de posesión de los concejales. En el minuto 12, prometía el cargo Ballesteros, entre intensos aplausos que intentaban ocultar algún que otro silbido. En el minuto 15 se oían, por primera vez, los gritos de «Llibertat, presos polítics».
Y unos segundos más tarde, Francisco Domínguez, de Ciutadans, prometía su cargo, medio en catalán, medio en castellano. Los concejales independentistas incluyeron las palabras república, presos políticos, exiliados y feminismo en sus juramentos.
En el minuto 18, sonaba el Amparito Roca. Una charanga vestida de riguroso amarillo aparecía en la Plaça de la Font. Y a las 12.42, el pleno proclamaba a Pau Ricomà nuevo alcalde de Tarragona.
Los cabeza de lista, sin excepción, se levantaron para felicitarle. Algunos lo hicieron de corazón; otros, en cambio, lo hicieron por cortesía. Se les veía en el rostro. A las 12.47, Ricomà se sentaba por primera vez en el sillón del alcalde, para dar paso a los discursos de los portavoces.
Elisa Vedrina (PP) protagonizó el instante divertido de la jornada. La vista le jugó una mala pasada y se refirió a Ricomà como el «alcalde invertido», en lugar del alcalde investido –que era lo que ponía en el papel–. «Entiendo que nadie en este pleno se ha equivocado antes», bromeó Vedrina al escuchar las risas entre el público.
Las palabras de la portavoz de la CUP, Laia Estrada, provocaron una sonrisa –falsa, por cierto– en Ballesteros. «Os hemos echado», presumía la líder cupaire, mirando a los ojos al que ha sido alcalde durante 12 años.
Sorprendió el discurso de Rubén Viñuales (Ciutadans), quien relató lo que le había ocurrido hacía tan solo unos instantes. «Entraba al Ayuntamiento con mi mujer y mis dos hijas pequeñas, de cuatro años y cinco meses, cuando una mujer vestida de amarillo me ha insultado. También a mi mujer. Mis hijas no entendían nada». Silencio en la sala.
Era el turno de Ricomà, quien agradeció el apoyo de los partidos que le han dado apoyo y dejó claro al resto que también contaba con ellos. El nuevo alcalde hizo un discurso completo, muy preparado. «Lo ha practicado mucho en casa», decía alguien muy cercano a él. Acabó con unos versos de Rovira i Virgili.
Els Segadors, Alegria y Passi-ho bé
Lo mejor estaba por llegar. Pau Ricomà salía, con su nueva vara de mando, al balcón del Ayuntamiento. Abajo, un gentío de camisetas amarillas le recibía entre aplausos. La charanga interpretaba el tema Alegria, que és festa major. Euforia máxima. Había quien incluso lloraba de emoción.
La exaltación creció cuando sonó Els Segadors. Ricomà también cantaba, junto a su mujer y sus nietos. «Pensaba que ahora colgaría la pancarta de Llibertat presos polítics», decía una mujer. «Tarragona es ya republicana», añadía otra. Mientras tanto iban saliendo del consistorio los concejales de otros partidos, al ritmo del tema Passi-ho bé, de la Trinca.
La mañana acabó con dos actos más que simbólicos. El nuevo alcalde salió del Ayuntamiento y, cuando apenas había dado tres pasos, se agachó para recoger un vaso de plástico que yacía en el suelo. Lo tiró a la basura más próxima. El exalcalde, en cambio, optó por salir por la puerta de atrás.