Si no se pone en contexto el lugar y la época, la situación suena de lo más actual: empresa multinacional que traslada su actividad a otro país en busca de mano de obra más barata y dócil. Las empleadas de la fábrica terminan siendo mayoritariamente mujeres migrantes que trabajan en condiciones precarias.
Este es uno de los paralelismos con la actualidad que el espectador encuentra cuando visita la exposición Dones en lluita. Conflictes laborals a la indústria tèxtil de Tarragona (1961-1980), que pudo verse hasta la semana pasada en la URV y que, a partir de la semana que viene, itinerará por los centros cívicos de Tarragona.
La muestra es una manera de acercar a la ciudad la historia de la lucha que llevaron a cabo entre 1961 y 1980 las trabajadoras de la fábrica Seidensticker-Valmeline; primero para exigir unas condiciones de trabajo dignas y, después, para evitar el cierre de la fábrica algo que, al final, no consiguieron.
La exposición viene precedida por la publicación en 2019 del libro de Ángeles de la Fuente Benito, antigua trabajadora de la fábrica, quien ya había abordado el tema en su trabajo de fin de grado como graduada social por la URV. A partir de él también se rodó un documental.
Ahora la intención es encontrar nuevas fórmulas para que este trozo de la historia y las lecciones que deja lleguen al mayor número de personas posibles. Así pues, ha surgido la exposición financiada por el Ministerio de la Presidencia. Ha sido dirigida por Montserrat Duch Plana, comisariada por Sara Masalias Palou y diseñada por Maite Maset Ferrer.
Luchadoras y vecinas
La fábrica alemana de camisas Seidensticker (posteriormente Valmeline) se instaló en Tarragona en 1961 en Campclar. Valga decir que en los años sesenta en la ciudad el sector textil fue el segundo en número de trabajadores después de la Tabacalera.
La plantilla inicial estuvo compuesta por 535 trabajadores; el 95% mujeres. La mayoría eran jóvenes solteras y procedentes de otras partes del Estado. Muchas terminaron siendo vecinas puesto que la empresa compró bloques en el barrio del Pilar que alquilaba a las trabajadoras.
Las empleadas tenían que llegar a unos mínimos diarios para poder conseguir el salario mínimo. Se encerraron varias veces en la fábrica y una de las huelgas, a la que se unieron otras empresas de Tarragona, duró 40 días por no aceptar las condiciones del convenio. Hicieron cajas de resistencia para las que no podían vivir sin el sueldo y se las conocía como las «batas rojas» ya que salían con su uniforme a protestar, pero también por todo el simbolismo que el color encierra.
Entre sus logros estuvo conseguir la reducción de jornada para las que tenían hijos menores, excedencias con obligación de poder volver al trabajo y puestos adecuados para las embarazadas.
Guardar testimonio
Sara Massalias, comisaria de la exposición, explica que una de las cosas que ha permitido la preparación de la muestra ha sido poder catalogar y digitalizar abundante documentación (especialmente fotografías de las propias trabajadoras) que se podrán consultar en la Memòria Digital de Catalunya.
Imposible no fijarse, por ejemplo, en una de las fotografías en que una de las trabajadoras acude con su vestido de boda, el mismo día del convite, a visitar a las compañeras que se habían encerrado en la fábrica.
Y es que ese es uno de los valores innegables de aquella experiencia es que no solo se trataba de una lucha sindical protagonizada por mujeres, sino de un ejemplo de solidaridad.
Montserrat Duch apuntaba durante la inauguración de la exposición que «en tiempos de individualismo rememoramos la capacidad de acción colectiva de las mujeres. La exposición hace historia y memoria». Massalias, por su parte, recuerda que dejaron una huella en el imaginario colectivo de la ciudad «que tiene continuidad en las luchas actuales».