Pilar Nogués se ha tirado un año buscando un alquiler: «Hay pocos pisos y, los que te ofrecen, son a unos precios desorbitados y en unas condiciones inadecuadas. He ido puerta por puerta llamando a agencias y portales inmobiliarios, y las ofertas que hoy están, mañana no las encuentras».
Describe el ecosistema de la auténtica jungla en la que se ha convertido durante los últimos tiempos el mercado inmobiliario: el precio del arrendamiento llega ya a los 9,6 euros por metro cuadrado en la provincia y el 23% de los anuncios no duran ni un día, según los recientes balances de Idealista.

«Todo te crea una ansiedad increíble a la hora de buscar; he ido a ver pisos que creo que estaban totalmente fuera de la vigente regulación de precios, que me gustaría ver quién inspecciona que se cumpla el tope de precios», narra Nogués.
Agradece que se encontró con la agente inmobiliaria Dovile Mincaite, propietaria de Fincas Europa: «Es muy importante que el agente con el que contactes se crea la regulación de precios», añade Nogués. «Si no, aún estaría buscando piso», sentencia.
«Todo te crea una ansiedad increíble», Pilar Nogués, vecina
Pone sobre el tapete también el estado del parque inmobiliario: «Es muy viejo y en muchos casos te ves obligado a hacer una inversión, ya no estética, sino de mantenimiento del inmueble». De hecho, la ciudad de Tarragona es, con Barcelona, la capital catalana con peor estado de conservación de sus viviendas. En dos de cada diez (un 22%) se han detectado deficiencias. Es lógico, puesto que la ciudad es, con Barcelona, la capital con el parque residencial más viejo y con edificios menos accesibles.
La historia de Nerea Molina es parecida a la de Pilar Nogués: «Casi todos los precios de los pisos que veía eran desorbitados; la mayor prioridad para mudarnos era que vivíamos en un apartamento pequeño y queríamos algo un poco más grande para que cada una tuviera su espacio individual».

«Yo estaba registrada en todos los portales inmobiliarios y cada vez que se publicaba un anuncio me llegaba una notificación al correo electrónico pero, cuando leía los requisitos que nos pedían y lo hablaba con mi madre, al día siguiente o a las pocas horas ese piso ya no estaba disponible», comenta.
Añade también que llegó a ver anuncios «por mil euros al mes; la mayor parte de la nómina se iba en pagar el alquiler y había que sumar aún todos los gastos que conlleva una vivienda, como la luz, el internet, el agua, la comida...».
«Casi todos los precios de los pisos que veía eran desorbitados», Nerea Molina, vecina
Lo comenta con conocimiento de causa: «Yo llevo dos años trabajando en una inmobiliaria y, por fin, vi que unos inquilinos se marchaban de un piso, hablé con la propietaria y, a las pocas semanas, exactamente el 1 de enero de este año, pudimos mudarnos a la casa en la que vivimos ahora».