La sede de la subdelegación del Gobierno español, la delegació del Govern de la Generalitat y la Diputació. Los respectivos organismos de los tres niveles administrativos. Empresas que buscan estar lo más cerca de los centros de poder. Tiendas y restauración que viven de los trabajadores públicos y de los sufridos ciudadanos que van a realizar gestiones administrativas. De todo eso puede presumir Tarragona por su condición, pese a quien pese, de capital. Y esto no es fruto de la casualidad sino, en gran parte, del heroísmo de nuestros antepasados pelacanyes de hace 211 años.
Lo dejó claro un informe de la Comisión de Cortes cuando, en 1821, el infame Fernando VII estableció la división provincial en España: «La provincia de Tarragona, Capital Tarragona, que ha parecido preferible a Reus por la proximidad de su puerto, por ser la residencia de la autoridad superior eclesiástica, por haber sido cabeza de corregimiento y también en recompensa e indemnización de lo mucho que ha padecido en la guerra de la Independencia».
El informe no exagera lo más mínimo. El 28 de junio de 1811, los franceses entraron a sangre y fuego en Tarragona. La ciudad había resistido el asedio desde el 5 de mayo. Las tropas napoleónicas no perdonaron que Tarragona no se rindiera. Mataron a 5.700 civiles. Violaron a decenas de mujeres. Robaron en casas de media ciudad. Apresaron a los 8.000 soldados que se habían parapetado tras las murallas. Ejecutaron a 700 a sangre fría.
Durante el asedio de Tarragona, Reus fue el cuartel general de las tropas francesas. Dos ciudades mucho más renombradas, como Girona y Zaragoza, con ‘Episodios Nacionales’ de Benito Pérez Galdós incluidos, acabaron rindiéndose tras una durísima resistencia. El asedio de Tarragona, sin embargo, ha sido más ignorado, quizá por la polémica militar que suscitó que no recibiera la ayuda prometida. Lo de que nos dejen tirados viene de mucho tiempo atrás.
Dos libros de reciente aparición se suman a la nómina de aquellos que palian ese vergonzoso olvido histórico. ‘Tarragona 1813. El arduo camino hacia la liberación’ (de Adam Gerard Quigley) y ‘56 dies. Crònica il·lustrada del setge de Tarragona del 1811’ (de Elies Torres) rescatan anécdotas y recuperan las peripecias vitales de personajes conocidos y ciudadanos desconocidos que vivieron el conflicto entre españoles, franceses e ingleses.
Torres y Quigley son miembros de la Associació Setge de Tarragona 1811. De hecho Torres fue uno de sus fundadores. La entidad rendirá un emotivo homenaje a los defensores de Tarragona el próximo martes 28 de junio. Es una cita ineludible.
Quigley ya publicó ‘Antes morir que rendirse. Testimonios británicos en el asedio de Tarragona de 1811’. Para redactar ambos libros se sumergió en archivos del Reino Unido y España y ha elaborado una base de 8.500 fotos de cartas e informes de los archivos.
Entre las anécdotas que rescata en su nuevo libro está la historia de amor entre un sargento del ejército británico y una monja de un convento de Reus. El soldado, que participó en el frustrado intento de recuperar Tarragona de manos de los franceses, se alojaba en una casa cuya fachada daba al convento. La religiosa se asomó a una ventana. El flechazo fue instantáneo. Se sucedieron mensajes y promesas de un idilio eterno con ¿final de cuento de hadas? ¿o con lágrimas de uno y otra? No lo desvelaremos.
Los ingleses intentaron recuperar la ciudad entre el 3 y el 11 de junio de 1813. Fracasaron pese a reunir una flota de 180 buques de guerra.
Relata también Adam la maldad de los traidores («capgirats») al servicio del ocupante francés. Se dedicaban a detener a vecinos de poblaciones cercanas para que los galos cobrasen rescate a las respectivas familias.
Uno de los episodios hilarantes es el del ‘cruce de barcas’ entre un alto mando militar español y un marino británico que debían discutir la estrategia para atacar a los franceses. Los jefazos tenían que celebrar una reunión. El primero abordó un bote para dirigirse al buque que capitaneaba el segundo. No lo encontró porque el inglés se había dirigido a tierra para encontrarse con el español. Inconvenientes de la época en que todavía no existían los móviles.
No faltaron los duelos a muerte entre militares británicos tras las acusaciones de unos a otros por no ayudar a Tarragona o episodios que serían carcajeantes si no reflejasen un sangriento drama. Un ejemplo: un grupo de marineros británicos logró colocar una batería de cañones en el fortín de la Oliva. Era una sigilosa misión que les llevó toda una agotadora noche. Al alba, no se les ocurrió otra cosa que ponerse a gritar, ufanos y orgullosos, «¡hurra! ¡hurra!». Los franceses que se resguardaban en las murallas les oyeron y les cañonearon al instante.
Los franceses abandonaron la ciudad el 13 de agosto de 1813. Uno de los personajes conocidos que había huido en 1811, el químico Antoni Martí i Franquès, se apresuró a regresar en busca de la plata de la familia que había enterrado bajo el suelo de la casa. No quedaba ni rastro.
El libro de Elies Torres es una gozada visual. Seleccionar las 504 imágenes que incluye y escribirlo con un lenguaje ameno le ha llevado tres años de trabajo. «Está pensado para la gente que no sabe del tema, pero que le interesa, y no se atreve con textos más farragosos», dice.
Tras presentar el libro en La Capona se llevó una sorpresa. Una mujer de 87 años le llamó y le explicó que su tatarabuela había estado en el asedio. La historia pasó de generación en generación. «La señora me explicó que su antepasado vivía en la Part Alta. Cuando los franceses entraban en su bloque, subía a la terraza y se escondía en el desván de la casa de al lado. Se llevaba agua para beber. Cuando oía que los soldados entraban en la casa vecina, volvía al desván de la suya. Así pasó los tres días que duró el saqueo francés. De casa en casa».
Torres detalla el perfil biográfico de algunos participantes en el asedio. Como el de Rosa Venas de Llobera, apodada ‘la rubia’ por su color de pelo pero más conocida como ‘la Agustina de Aragón de Tarragona’.
Escribe Elies Torres: «Rosa se colocó delante de un grupo de soldados en la Rambla Vella, con una espada, un hacha y dos pistolas con sus correspondientes cananas. Combatió al enemigo en primera fila de vanguardia, curó a varios heridos y prodigó palabras de aliento y coraje a los soldados más tímidos. Al anochecer, fue vitoreada por sus vecinos. Su ejemplo se extendió y, en combates posteriores, fueron muchas las mujeres que, como Rosa, lucharon en primera línea».
En el bando francés, uno de los militares destacados fue el general Salme. Falleció de un tiro en la cabeza cuando intentaba conquistar el fortín de la Oliva. Fue enterrado junto al Mas de l’Àngel, cerca del Pont del Diable. Los franceses habían habilitado allí un hospital y un cementerio, como se explicó en una crónica pelacanyes dedicada a la masía, propiedad de los Puig i Valls, también dueños de la agonizante Quinta de Sant Rafael.
La caída del fortín de la Oliva fue clave para la conquista de Tarragona. La Capona, una campana de la Catedral, alertaba de los cañonazos franceses. La misma campana fue alarma antiaérea durante la Guerra Civil, como se relató en otra pelacanyes.
Un nutrido grupo de soldados franceses logró acceder al fortín de la reina porque conocían el santo y seña que habían pactado dos regimientos españoles. No se sabe si un traidor se la dijo a los franceses o estos tenían espías. Sea como sea, los soldados que vigilaban las puertas se confiaron y las abrieron. «Justo se les franqueó la entrada, todo se convirtió en ira, fuego, confusión y matanza», relata Elies Torres. Fue el principio del fin para Tarragona.
Estos diez hechos reflejan la valentía, el heroísmo, la gloria de aquellos tarraconenses. No les olvidemos.
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