Carlos Ferrer es tarraconense de nacimiento, pero ciudadano del mundo. Profesor de inglés y director de la academia Tarraco English, ha visitado cerca de ochenta países. Con 13 años y sin saber ni una palabra de inglés, sus padres lo enviaron a estudiar a Estados Unidos, donde supuestamente en el aeropuerto de Nueva York debía esperarlo un coordinador que nunca apareció. Una experiencia que, sin duda, le marcó en su manera de viajar. En su periplo por el mundo, Carlos pudo ayudar a salir de Afganistán a Fátima, la única mujer guía del país, ya cuando los talibanes controlaban el aeropuerto de Kabul.
¿Recuerda su primer viaje?
Fue con mis padres. Yo tenía ocho o nueve años y fue el típico crucero por el Mediterráneo, hasta Estambul. Es una ciudad totalmente diferente a lo que había visto anteriormente. Creo que quizá fue la que me abrió los ojos al mundo. Cruzar las dos orillas, pasear por el Gran Bazar... Todo era mágico.
Ha visitado unos ochenta países...
Más o menos. Lo más importante, sobre todo, es que no voy en plan turista.
¿Qué diferencia hay?
El viajero se involucra mucho más, quiere aprender sobre la cultura, va sin planes, sin expectativas.
¿Y esto se puede hacer con 15 días de vacaciones al año, por ejemplo?
Se puede hacer. Pero otra de las diferencias es que el viajero quiere hacer más viajes al año, tres o cuatro. Intenta ajustar el presupuesto al máximo para poder hacer más viajes. Entonces, te quedas en casas de familias que vas conociendo. Yo he viajado muchas veces así, conocer a gente y acabar en su casa.
¿Esto se puede hacer en todos los países?
Nunca tengo nada organizado y siempre he tenido buenas experiencias. Soy de los que piensa que hay más gente buena que mala, allá donde vayas. Y otra de las diferencias básicas en la forma de viajar es que me es indiferente el destino, no me importa. Lo que quiero es conocer mundo, gente y culturas. Estar en un lugar donde no conozco a nadie y entender cómo funciona la vida allí.
¿Siempre viaja solo?
Lo he hecho toda mi vida, por lo que me parece lo más normal del mundo.
Aunque parte solo, en realidad siempre va acompañado.
Siempre digo que tengo familias en todo el mundo.
¿Ha vuelto a algún país?
Sí. A Bolivia, por ejemplo. Yo trabajaba de profesor en EEUU cuando empecé a viajar en serio. Debía tener 28 años y me había cansado de mi día a día. Fue la primera vez que compré un billete de avión solo de ida. También una mochila grande, típica de viajero, donde iba toda mi vida. Mi presupuesto era de 500 dólares y al final fui de Boston a Buenos Aires con parada en Miami. Me iba sin nada, sin dinero.
¿Nervios?
Muchos. Recuerdo que de Boston a Miami no pude dormir pensando en qué estaba haciendo. Incluso pensé en bajar en Miami, pero al final me convencí y continué. Llegaba a un continente donde no conocía a nadie. Lo único que tenía y muy poco, era el idioma.
¿Muy poco? ¿Y su lengua materna?
Durante los 16 años que viví en Estados Unidos solo hablaba en inglés, por lo que perdí el castellano casi por completo. Cuando llegué al aeropuerto de Buenos Aires me puse a caminar hasta que llegué a un hostal que costaba tres o cuatro dólares la noche. Conocí a unas chicas mexicanas que cocinaban empanadas y las vendían por los mercados. Y eso hice. Me uní a ellas. En este viaje aprendí muchísimas lecciones. Crucé toda Argentina haciendo auto-stop.
¿Y de allí...?
Estuve viajando con un grupo de hippies que hacían joyería, a los que ayudaba. Cuando llegamos a la frontera de Argentina, a la izquierda teníamos Chile y arriba Bolivia. Les pregunté qué harían ellos y me respondieron: Chile es el país más rico de América Latina, por lo que la vida es muy cara. Y Bolivia es el más pobre. Tú eres pobre. Entonces, vete para Bolivia. Y eso hice. Allí viví unos diez meses. Es uno de los países que más me ha marcado.
¿Por qué?
Entre otras cosas, estuve seis meses en un orfanato. Allí los niños morían. Podías tener un niño en brazos un día y al día siguiente ya no estar.
¿Con qué continente se queda?
Quizás con el sudeste asiático. Pero en los últimos tres años he descubierto Oriente Medio.
¿No entraba en sus planes?
Como era una región tan compleja, que yo no entendía, la evitaba. Hasta que hace tres años fui a Irán y me enamoré del país, de la cultura, de la gente, de la hospitalidad, me pareció impresionante. Era como descubrir un nuevo mundo para mí. Y desde entonces no he parado. A Irán le siguió Jordania e Israel.
Gaza, Cisjordania...
No, lo tengo pendiente. Donde sí estuve fue en el Kurdistán iraquí.
¿Antes o después del ISIS?
Después de la guerra. El día que tenía que volar al Kurdistán, Estados Unidos asesinó a un general. La gente me recomendaba que no fuera. Yo estaba en Arabia Saudí y no hice caso a nadie. Otra vez me tuve que convencer a mí mismo. Y me encantó.
¿Es consciente de que le puede ocurrir algo grave?
Sí. Creo que los viajeros somos conscientes de que puede llegarte a pasar algo. Pero en estos países me he sentido mucho más seguro que caminando por algunas zonas de Europa.
Viviendo así, ¿cuáles son sus prioridades?
Para mí lo más importante es ver mundo, perderme por un país.
¿Se ha perdido en muchos?
En muchísimos y descubres sitios inesperados, vas totalmente sin expectativas.
¿Viajar es la receta contra los prejuicios?
Sí. Totalmente.
No parece que la Covid-19 le haya cambiado mucho la vida.
En plena pandemia fue el año que más países visité.
¿Cómo puede ser?
Miraba el mapa, me lo estudiaba y veía los países que estaban abiertos. Y entre estos, Afganistán, Mauritania y poco más.
Ayudó a salir a Fátima de Afganistán, la única guía mujer del país. ¿Cómo la conoció?
Durante una semana ella fue mi guía allí. Me explicaba lo difícil que era ser guía porque cuando hacía un tour con un turista, se fijaban más en ella que en el turista. Chocaba mucho que estuviera con un hombre que no era ni su marido ni su hermano.
¿Esta situación se daba antes de la llegada de los talibanes?
Sí. Ella era muy respetuosa, pero aunque iba totalmente tapada, llevaba vaqueros, por ejemplo. Por la calle la interpelaban y le tiraban piedras.
¿Cómo fue su salida?
Conseguimos sacar a un grupo de 17 personas, entre ellos guías turísticos y atletas. Éramos una red de viajeros por toda Europa y nos íbamos pasando la lista de evacuación con la información de cada uno. Pusimos a Fátima en una lista de España, Italia, Polonia y Estados Unidos. Finalmente, fueron los soldados italianos los que la sacaron del país. Pero lo tuvo que intentar dos veces, porque la primera los talibanes, ya en el aeropuerto, la amenazaron con matarla si no regresaba a casa.
¿En qué país le gustaría retirarse?
Me gusta la vida de las islas, Filipinas, Indonesia... Bolivia, que lo llevo en el corazón o Estados Unidos, que es muy importante para mí. También podría escoger Vietnam o Camboya. Es muy difícil contestar.