El pequeño Gerard se había propuesto entregarle su chupete al Rey Gaspar. Lo prometió el año pasado cuando, en su primera cabalgata, conoció al Rey Melchor.
Este año, ha cumplido y, para demostrar que ya es mayor, le ha confiado a Gaspar uno de sus tesoros más preciados, que es lo que ha sido para él su chupete. Ahora, le falta conocer a su favorito, que es Baltasar, pero confía en los tres por igual para que le traigan la bicicleta que ha pedido.
El Rey Baltasar es también el favorito de Lucía, que ya lleva más cabalgatas. A sus nueve años y a pocos minutos de que empezara, espera –sin tantos nervios como antes, aunque sí con ilusión– la llegada del monarca para entregarle su carta, en la que pide una cámara de fotos, un reloj y rotuladores.
Su hermano Marc, de doce años, ha pedido unas gafas de realidad virtual. Belinda, su madre, los acompaña en una rúa que llenó de fantasía los ojos de Marc, Lucía, Gerard y miles de niñas y niños de toda Tarragona.
Niñas y niños que esperaban con ahínco la llegada de sus majestades al Serrallo. Tras un arduo viaje desde el lejano Oriente, Melchor, Gaspar y Baltasar estuvieron puntuales en el barrio marinero, donde se encontraban, impacientes, aquellos que durante esta madrugada han recibido sus regalos.
La madrugada y la mañana más bonitas del año. Porque esa ilusión es impagable. Esas ganas. Anhelo y esperanza que llegan también a los mayores, que, aunque ya más experimentados, vibran y le ponen su magia a este día. Un día en el que todas y todos somos niñas y niños.
Y un día en el que todas y todos aguardamos a ese barco que llega con toda la comitiva real. A bordo, el sentimiento era de nerviosismo. Y es que los Reyes, cuando se acercaban a los muelles del puerto, antes de llegar al Serrallo, ya iban recibiendo los saludos de algunas familias que se habían desplazado hasta allí para darles la primera bienvenida este año.
De lejos, se vislumbraba la decoración del barrio marinero de Tarragona, la iluminada Catedral de Santa Tecla y la muchedumbre esperando con afán la llegada de los tres, que afirmaban que, a pesar de que es su trabajo de cada año, llevan por dentro un pequeño hilo de nerviosismo.
Es normal, pues deben contentar –o, por lo menos, intentarlo– a una exigente multitud que los espera durante todo el año. Esa inquietud se acrecentaba a medida que se llegaba a la ciudad. Melchor, Gaspar y Baltasar saludaban desde el segundo piso del barco y la corte real lo hacía desde el primero. Los Reyes ya estaban aquí.
El fervor y el entusiasmo eran apabullantes. «¡Melchor!», «¡Gaspar!», «¡Baltasar!». Gritos a los tres –aunque Baltasar casi siempre se lleva, por poco, el premio al más aclamado–, que recorrieron El Serrallo saludando a la multitud de niñas y de niños que allí los esperaban.
Desde los que aún no habían entregado su carta y querían hacerlo en mano a los propios Reyes, hasta los que ya la habían mandado, pero querían asegurarse de que sus deseos habían quedado claros, no fuera cuestión de que hubiera algún tipo de malentendido.
Esas últimas cartas llegaban para los monarcas, que las recibían con júbilo y, junto a los pajes reales, planificaban las últimas horas de trabajo antes de emprender el camino para recorrerse las casas del mundo entero.
Pero, antes de eso, lo importante era que todos esos infantes supieran que sus majestades ya estaban aquí. Por eso, una vez en tierra, dijeron hola a la ciudad Tarragona, que les dio, como cada año, una calurosa y jovial bienvenida, y salieron al balcón del Teatret del Serrallo para saludar a todo el mundo de viva voz.
Tanto el alcalde, Rubén Viñuales, como la concejala de Cultura i Festes, Sandra Ramos, se congratularon de tener a los Reyes en la ciudad y les pasaron la palabra a los tres, que, micrófono en mano, abogaron por el fin de las guerras y confirmaron lo bien que se han portado las niñas y niños de Tarragona.
Sus majestades lo repitieron una vez llegaron a la plaza de la Font, donde el alcalde Viñuales les hizo entrega de las llaves que abren todas las casas de la ciudad.
Las palabras de sus majestades resonaron por toda Tarragona y, una vez terminado su discurso en El Serrallo, llegaba el turno del lanzamiento de los primeros caramelos, que Tarragona recibió con ensueño.
Caramelos que se repartieron por doquier durante toda la cabalgata y que dejaron curiosas imágenes, como la de esos padres que abrieron un paraguas del revés para poder ‘cazar’ más, o la de esas personas que estuvieron durante casi todo el tiempo agachadas, intentando pescar siempre uno más.
Es lo que tiene la ilusión de un día como este. Ilusión que no entiende de edades, y que precede a una noche de máximo nerviosismo por parte de las pequeñas y los pequeños, pero también a una mañana de ensueño, al abrir todos los regalos que los Reyes nos han traído.