Son centinelas del mar. Guardan, vigilan y protegen el mar. Quieren que esté en las mejores condiciones para poder seguir viviendo y disfrutando de él. Para los pescadores, el mar es el campo de los agricultoras. Su bien más preciado. Siempre cuidándolo, mimándolo. Nadie lo conoce mejor que ellos. Tampoco la Comisión Europea.
Ayer, unos mil quinientos centinelas del mar, llegados de todos los puntos del país –Alicante, Valencia, Castellón, Blanes, Roses, Palamós, Vilanova i la Geltrú, Tarragona, Almería, etc.–, se concentraron a las puertas de la sede de la Comisión Europea en Madrid, en pleno Paseo de la Castellana. Ánimo de protesta y corazón enfadado.
Los pescadores se oponen rotundamente a la propuesta que Europa tenía preparada para ellos: pescar solo 28 días al año a partir de 2025. O lo que es lo mismo, el fin de la pesca mediterránea. El colectivo se manifestó ayer coincidiendo con el Consejo de Ministros Europeos que se celebró ayer en Bruselas y que tenía el cometido de debatir la propuesta. Hoy, está previsto que se vote. La única esperanza es que España, acompañada de Francia, Italia, Croacia y Portugal puedan aplicar el veto de la minoría de bloqueo. De no ser así, el sector tiene los días contados.
Nueve horas de viaje
La jornada de ayer para los pescadores empezó fuerte y pronto, y el Diari no quiso perderse la oportunidad de acompañarles en su protesta. Eran las tres de la madrugada cuando una expedición formada por 120 pescadores de las cofradías de Tarragona, Cambrils, La Ràpita y L’Ametlla de Mar, subían a dos autobuses rumbo a la capital española. Nueve largas horas les quedaban –o mejor dicho, nos quedaban– por delante.
De sus conversaciones se podría descifrar, sobre todo, preocupación e indignación. Desconocen que les deparará el futuro. No saben si podrán vender la barca, si se arruinarán o si, a partir del año que viene, deberán buscar otro trabajo. «¡Si hombre, yo no sé hacer nada más! La mar es mi vida», decían desde la cuarta fila del autobús.
Son muchas las familias que han abocados todo los esfuerzos de años y generaciones en embarcaciones que ahora han perdido todo el valor que tenían. Es normal que no quieran tirar la toalla. Por eso, tienen claro que van a luchar hasta el final. Y que, aunque la esperanza está más que perdida, están dispuestos a llegar donde sea. «Si es necesario, después de Madrid, vendrá Bruselas. Pero no nos dejaremos chafar y ningunear como quieren ellos», decía un pescador, refiriéndose a los políticos y científicos europeos.
Cerca de mí, estaban sentados Peret y Aleix Núñez. Padre e hijo. Ambos son pescadores. Cosa poco habitual, ya que los padres no quieren ver sufrir a sus hijos como ellos han sufrido. «Cuando me dijo que montaba en una barca se me cayó el mundo al suelo», decía Peret. Aleix, de 20 años, lo tiene claro: «Si hubiera un futuro, me dedicaría a ello. Tengo cursos y formación», y añadía: «Lo que nos quieren hacer es una injusticia. Tenemos que luchar para conseguir revertir la situación».
Unos asientos más atrás se encontraba Antonio Fuentes, pescador de Cambrils, quien lleva más de diez años jubilado. «El mar me lo ha dado todo. Mi casa, mi coche y los estudios de mis hijos. Por eso siempre me he dedicado a protegerla. Ahora, quieren quitárnosla, arrebatárnosla. Y lo peor de todo: sin ningún sentido ni motivo», explicaba Fuentes, quien, pese no trabajar, quería mostrar su apoyo a sus compañeros.
Los pescadores del autobús opinaban que los informes que hace el comité científico y en los que se apoya Europa están elaborados con datos desactualizados y métodos desfasados. «¿Cómo es posible que, saliendo la mitad de barcas que hace cinco años, y la mitad de días, nos digan que no hay pescado? Es mentira», dice Ramon Budesca, otro pescador.
También viajaba Òscar Gurrea, pescador de toda la vida y que hace 16 años abrió uno de los restaurantes más míticos de El Serrallo, Ca l’Eulàlia. «Si los pescadores palman, yo también. Con su fin, rompemos la cadena de producción», dice Gurrea.
El autobús de pescadores tarraconenses llegaba a Madrid pocos minutos antes de las doce del mediodía. Allí, a las puertas de la sede de la Comisión Europea, les esperaban compañeros de todo el Mediterráneo, con pancarta que lucían mensajes como Pescadores sin mar, familias sin hogar, o Queremos vivir en paz.
Tensión en aumento
La tensión entre manifestantes y Policia Nacional fue en aumento a lo largo de la concentración. Los antidisturbios blindaron la sede y solo dejaron acceder a su interior dos representantes de la Federación de Cofradías Nacionales. Entraron a registro una carta dirigida al comisarios europeo de pesca, Costa Kadis, en la cual le pedían «desde la urgencia y la desesperación», que detuviera el plan porque, de no hacerlo, «marcará el fin de un legado cultural, social y económico de incalculable valor».
Me fui de Madrid orgullosa de los pescadores, aunque preocupada por no saber si la población del Mediterráneo es consciente de lo que nos espera en los próximos años. Pescado de lejos, sin apenas controles y a precios desorbitados. Los pescadores viajaron con mucha dignidad, pero con muy poca esperanza.