«Empezamos en esto con 13 años. Le hemos dedicado inversión, esfuerzo y toda una vida. Y está desapareciendo», explican Josep Maria Escoda y Jordi Mariné, de 71 y 70 años. Ambos cultivan –o cultivaban– avellanos en sus fincas de Riudoms, que acumulan ya tres años de sequía y sin riego del pantano de Riudecanyes, aunque «pagamos como si lo estuviésemos recibiendo».
Escoda señala las filas de árboles secos sobre la tierra de su finca y echa cuentas: «En cinco o seis años, he tenido que arrancar unos 4.000 avellanos que han muerto. Y en poco tiempo, quizá el año que viene, ya no me quedará ni uno». «Yo aún tengo ánimo, estoy cambiando y he empezado a plantar olivos y algarrobos. Pero nadie ha venido a ayudarnos», lamenta.
La situación de Mariné es distinta. «Tengo 2.000 y pico avellanos por arrancar. ¿Y qué hago? Mis ganas de seguir no son las mismas que las de Josep Maria», apunta.
Unió de Pagesos cifra en 1.500 las hectáreas de avellanos que, por la falta de agua, han perdido su capacidad productiva, es decir, no pueden volver a dar frutos y solo queda retirarlos. «Hay puntos del Camp donde se riega con pozos y los árboles siguen viables, pero en el área del pantano de Riudecanyes han muerto todos», precisa Sergi Martín, responsable nacional de frutos secos del sindicato.
De las 8.000 hectáreas que había no hace tanto en la demarcación, «ahora quedan unas 6.500», especifica.
Martín reclama que «la Administración –el gobierno catalán y el español– se haga cargo de lo que está pasando y aplique ayudas para volver a plantar y para el lucro cesante», que es el margen de alrededor de 7 años que tardan los avellanos en producir y en los que, por lo tanto, generan gastos y ningún beneficio.
Haciendo cálculos, «podríamos estar hablando de unos 12.000 euros por hectárea, así que serían necesarios cerca de 25 millones».
Pero, si eso prosperase, ¿cómo se regarían los nuevos avellanos? «Hemos reivindicado miles de veces que se lleven a cabo las obras de la planta regeneradora de la estación depuradora de Reus para poder aprovechar el agua, pero no estarán hasta 2027; las cosas de palacio van despacio», critica el representante de Unió de Pagesos.
E incide en que «estamos tirando diariamente litros y más litros de agua de las depuradoras a rieras y al mar, y podíamos utilizarlos para regar y salir adelante todos». Además, «no llueve como debería y ya se va viendo claramente que los pozos van bajando y empiezan a secarse y a salinizarse».
Cosecha de «mínimos históricos»
Todo ello impacta en la producción de avellanas. Martín constata que «el año pasado ya hubo la mitad que en uno normal» y avanza que «este 2024 se espera que sea peor por los árboles que han muerto y por los que están estresados. La cosecha será de mínimos históricos y toca otro año pasándolo mal».
«Hay una industria importante alrededor de la avellana en el territorio y nos va a faltar la materia prima, los avellanos», valora, y destaca que «no queremos que mucha gente acabe abandonando».
Justo de eso habla también Ester Gomis, presidenta de la Denominació d’Origen Protegit (DOP) Avellana de Reus. Coincide en que se dará una «bajada de la producción» porque «está haciendo mucho calor y hay hectáreas sin riego del pantano de Riudecanyes. Y, las que tienen pozos, no están en peligro pero tampoco tienen nada asegurado».
Gomis recuerda, en este sentido, que «hay ayuntamientos que los están perforando a 300 metros cuando un payés puede llegar, como mucho, a 150» y advierte también de que «los hay que se están salinizando y la sal es mortal para los avellanos». Con la mirada puesta en la EDAR y en 2027, «confiamos en que el agua salga bien y ofrezca todas las garantías».
Con este panorama, ¿tiene la DOP la continuidad asegurada? Gomis es tajante: «Sí, la tiene, pero no puede ser que a cada bugada perdem un llençol». «Si el agua está bien gestionada, la hay para todos. No queremos que los payeses se marchen. La burocracia está matando los avellanos», acaba.
«Sabemos hacerlo y desaparece»
De vuelta al campo, los agricultores Escoda y Mariné van camino de convertirse en el último capítulo de alguna historia. «No hay relevo y los que querríamos seguir lo tenemos complicadísimo», señalan, tras haber salvado su particular carrera de obstáculos hasta aquí.
Preocupa hasta «cómo voy a quemar los avellanos muertos, porque también hay restricciones», comenta Escoda. Arrancar y replantar supondría «4.000 euros de golpe por hectárea», pero «mejor no hacer números para no llorar». Y «aunque no replantes, tienes que pagar para quitar los árboles». A eso se suma que «aparecen nuevas enfermedades» y «el precio de las avellanas ha caído tanto que esto ya no será una gran pérdida económica».
«El pueblo se preparó para atender las avellanas con máquinas, con cooperativas, con todo. Y ahora que sabemos hacerlo, en dos años no quedará nada», aventura Mariné.