Los genios que han existido a lo largo de la historia, a menudo, se caracterizaban por una pasión intelectual muy fuerte. En esos casos en los que se pone en práctica «el amor al arte», normalmente, resultan en una subsistencia económica precaria. Esta compensa porque ganan en libertad creativa o, concretamente para un literato como Gabriel Ferrater, «una completa libertad de pensamiento, en un sentido firme de no querer someterse, no tener ninguna idea que no fuese realmente suya».
Así describe el editor y escritor Jordi Cornudella, comisario del Año Ferrater, uno de los principales atributos del reusense. De hecho, cuenta que odiaba las ideologías y las casas frías porque ello suponía «comprar una idea que había inventado otro y le impedía pensar por su cuenta». Sin duda, Gabriel Ferrater destacaba por tener una personalidad particular.
En cuanto a su obra, solo se le puede reprochar su brevedad, puesto que pese a ser considerado el primer poeta de la modernidad, tan solo público 114 poemas, divididos en tres libros que se recopilaban en un cuarto. Aun así, Cornudella afrima que «hay un antes y después con Gabriel en parte porque su libertad de pensamiento consiste en ocupar en el mundo la posición que él cree que debe ocupar». El reusense se alejó de la tradición catalana y abrazó la poesía alemana e inglesa y, además de este cambio de registro, fue el primero en introducir temáticas como el amor y el erotismo.
Sin perder de vista la vida cotidiana, Ferrater modernizó el género y adaptó la poesía a sus tiempos. Es curioso pensar en modernidad cuando él y su familia fueron unos reusenses de toda la vida que sufrieron las consecuencias de la Guerra Civil, vieron cómo el negocio vitícola se hundía y sobrevivieron a la viudedad, dejando su ciudad natal para encontrar un nuevo trabajo en Barcelona.
Cultura diversificada
El caso de Gabriel Ferrater es bastante peculiar, pues no fue a la escuela hasta los 10 años. Después, tendría que exiliarse a Francia, donde siguió estudiando para luego terminar el bachillerato de regreso a la ciudad condal. Cornudella apunta que sufrió, también, «las consecuencias emocionales de la guerra», ya que «se había criado con la expectativa de poder ser alguien o hacer algo importante y, de repente, fue como si su pasado quedase encerrado y abolido».
A pesar de todo, se apasionó por la pintura –se dedicó a la crítica pictórica– y se fascinó por las matemáticas. Fue en el mundo de las letras, sin embargo, donde encontró grandes amigos así como el amor: la editora Carme Balcells le presentó a la que sería su única mujer, la americana Jill Jarrell.
Una de las facetas poco conocidas de Gabriel Ferrater fue su oficio como editor literario para una editorial alemana. Y, también, realizó innumerables traducciones en las que demostró un dominio extraordinario de diferentes lenguas.
Pasión por la ‘versión original’
El reusense fue un lector voraz y, desde muy joven, empezó a leer los grandes clásicos literarios. De hecho, incorporó a su espíritu propio la idea de hacerse sabio leyendo. «Si no hubiese existido esa pasión lectora en su vida, prácticamente no habría obra de Ferrater», afirma Jordi Cornudella.
Es más, en sus últimos años, se obsesionó por aprender numerosos idiomas para poder leer en la versión original. Gabriel Ferrater, tenía como lenguas maternas el catalán, el castellano y el francés, aprendió inglés y alemán y también sabía leer en italiano; pero decidió estudiar las lenguas eslavas, sobre todo, ruso y polaco, y las escandinavas.
Esa curiosidad intelectual casi inverosímil le convirtió en un icono cultural a nivel internacional. Además, en cierto modo, ayudó a expandir la literatura catalana e influenció directamente en otros escritores. «Hay poetas jóvenes como Maria Carís o Jaume Coll Mariné que no se podrían explicar sin Ferrater», concluye el comisario. Las futuras generaciones seguirán formándose con su peculiar legado, especialmente, aquellos reusenses que no solo le recuerdan como uno de sus Fills Il·lustres, sino que además le dedicaron un instituto.