Son días de Selectividad, de nervios y estrés para los estudiantes y también para sus familias, pendientes de las notas de corte que posibilitarán, o no, estudiar la profesión deseada. Hace más de treinta años ya se debatía si era una prueba eficaz, tiempo suficiente para constatar que se trata de un sistema cruel. Un mal día, un mal examen, una asignatura cruzada en el Bachillerato no deberían decidir y el Estado –llámese Govern, llámese Gobierno–, no es nadie para dictar sentencia. Las rígidas notas de corte truncan muchas vocaciones que podrían convertirse en grandes profesionales. Pasa en Medicina, especialmente, cuando necesitamos tantos médicos y, sin embargo, les estamos diciendo a nuestros jóvenes que no pueden acceder porque una media entre catalán, castellano, matemáticas e historia no se lo permite. Paradójicamente, al mismo tiempo, existe una escasez de profesionales para que se produzca un relevo generacional natural. Medicina es, quizás, el caso más evidente, pero también ocurre en Enfermería, en Física o en Matemáticas, donde tampoco hay un exceso de futuros profesores. Es inevitable pensar que la reducida oferta en algunas de estas carreras –en algunos casos de solo veinte plazas– engrosa las arcas de la educación privada, si es que se dispone del dinero necesario para pagar una matrícula. La selección natural lo es también para los estudiantes. Deberían tener las puertas abiertas de las facultades y ya el tiempo, su preparación y sus inquietudes decidirán quién continúa hasta el final y quién reajusta su camino.
Un sistema cruel
Estudiantes y familias están pendientes de las notas de corte que posibilitarán, o no, estudiar la profesión deseada
04 junio 2024 10:35 |
Actualizado a 04 junio 2024 10:42
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