La noche del viernes, víspera de la primera sesión de investidura de Quim Torra, Trece TV emitió Tora! Tora! Tora!, célebre película sobre el ataque japonés a Pearl Harbor. Desconozco si fue una casualidad o el canal abanderado de la España más conservadora pretendió hacer una asociación de ideas entre el apellido del próximo presidente de la Generalitat y la palabra que utilizó la aviación nipona para comunicar el inicio del bombardeo a traición que desencadenó la guerra con Estados Unidos.
Tora significa tigre en japonés, y fiero fue el mensaje del candidato Torra en su discurso ante el Parlament. Hasta ahora sabíamos que Puigdemont había designado a un independentista pata negra de su plena confianza para ejercer una presidencia provisional e interina. Y ayer fue el propio Torra quien ratificó que el credo sobre la República catalana es su único eje programático. Un compromiso personal y político muy respetable, especialmente en lo que respecta a los presos y exiliados, pero que no deja espacio para buscar puntos de encuentro ni rutas de salida a la situación de bloqueo y fractura que sufre el país. Con ser preocupante, este no es el principal reparo al discurso de Quim Torra.
Lo más desalentador es continuar con un planteamiento frentista que ignora que hay media Catalunya a la que sus ideas no representan. El pueblo catalán no es un término unívoco, pese a la insistencia autoengañosa en emplearlo como tal. Antes al contrario, hace referencia a una sociedad políticamente muy dividida. Plantear el futuro negando la realidad más evidente de la Catalunya actual no nos va a llevar a ninguna parte.