Me gustan los grandes eventos deportivos como los recientes Juegos Olímpicos de Tokio porque, más allá de los hitos, las marcas y el espectáculo que ofrecen los atletas, uno puede conocer también la parte más humana de esos dioses y valorar mucho más sus logros. Y es entonces cuando uno descubre que algunos son unos campeones también fuera de las canchas.
Es el caso de la lanzadora de jabalina polaca María Andrejczyk, que ganó la medalla de plata. Imaginen lo que supone esto para una atleta a la que en 2018, tan solo dos años después de quedar cuarta en los Juegos de Río, le fue diagnosticado un osteosarcoma, un tipo de cáncer en los huesos. Imaginen la lucha de esta mujer para sobreponerse a la enfermedad y volver a clasificarse para unas olimpiadas. Imaginen su ilusión en el podio con la medalla colgada del cuello después de tantos sacrificios. Imaginen lo que sería para ella esa medalla.
Bien, pues la buena de María no dudó en subastarla para ayudar a pagar los gastos de la cirugía de un bebé de ocho meses con deficiencia cardiaca que vive en Estados Unidos. «No me tomó mucho tiempo decidirme. Esta medalla puede salvar vidas en lugar de acumular polvo en su armario», dijo la deportista al participar con ese gesto en una campaña que pretendía reunir los 385.000 dólares necesarios para la cirugía.
Afortunadamente, la bondad siempre suele tener recompensa. Una cadena de supermercados de Polonia le dio casi 53.000 dólares por la medalla de plata, pero se la devolvió. Además, pudo recaudar otros 41.000 dólares para la causa. Sí, hay campeones que son muy grandes. Gracias, María.