Si algo había que evitar a toda costa en esta grave crisis sanitaria, social y económica, era su utilización partidista. Y, sin embargo, desde su irrupción en marzo del año pasado, la pandemia ha sido convenientemente politizada por todos los partidos, entendiendo en este caso por politización el sometimiento del drama a los intereses particulares de los actores.
Es triste reconocerlo, pero pocas veces ha asomado bajo el manto caótico del drama algún rapto de sentido del Estado. Y si esto ha sido así en el pasado, tanto más habrá de ocurrir ahora, en vísperas de las elecciones madrileñas. Por más que se hagan esfuerzos para hallar buena fe en el proceloso mundo político, parece claro esta vez que también ahora se quiere explotar la pandemia como arma electoral. Una cuestión muy delicada y peligrosa, pues hay muchos muertos por medio, por lo que se debe huir en el análisis de frivolidades gratuitas.
Pero no puede silenciarse que resulta profundamente inmoral que los políticos se arrojen estos cadáveres a la cara, con el argumento de que había que optar entre la salud y la economía. Es muy cierto que se trataba de hallar un equilibrio razonable entre una reducción drástica de la movilidad que frenara los contagios y la supervivencia material y psicológica de la comunidad, pero ello no se ha cumplido en algún caso en que la laxitud se ha utilizado como cebo populista. Por eso no es ahora aceptable que en estas vísperas electorales haya quienes pretendan atribuirse el mérito del encarrilamiento de la salud y de la economía, exhibiéndose los unos como auspiciadores de la actividad y la vida, y señalando a los otros como rígidos guardianes de una ortodoxia innecesariamente rigurosa y deprimente.
No ha existido un forcejeo real entre la frivolidad del relajamiento pleno y la rigurosidad del confinamiento absoluto. Lo que sí ha existido es un afán desmedido por desgastar al rival político en lugar de aunar esfuerzos, como pedía reiteradamente la sociedad civil, en pro del bienestar general. Lamentablemente, los momentos más duros nos han sorprendido con una clase política que no ha estado a la altura.