Ha sido una de las imágenes más comentadas en las últimas semanas en las redes sociales. Hablamos del fin de año más distópico que se recuerda. Suenan las doce campanadas del año nuevo en los Campos Elíseos de París. En un entorno único y maravilloso. Delante mismo del Arco de Triunfo. Pero en lugar de gente saltando, cantando y celebrando que ya ha comenzado el 2024, lo que se ve son millares de teléfonos móviles de todo tipo inmortalizando el momento. Nadie se mueve, nadie comenta, o pestañea, solo sus ojos estánpendientes de una cosa, que el vídeo salga bien y que pronto se pueda subir a las redes sociales. Es la sorprendente imagen que se vivió en la capital francesa y que bien podría haber sido parte de un capítulo de la inquietante serie Black Mirror de Netflix. Pero no es ciencia ficción, esto es demasiado real.
Solo una pareja, a modo de rebeldía, no quería formar parte de esta masa hipnotizada por las nuevas tecnologías y decidía vivir la fiesta dándose un beso y demostrando que no todo está perdido. Que esta sociedad cada vez más deshumanizada aún tiene opciones de despertar del letargo que nos quieren imponer las pantallas azules de nuestros dispositivos.
Estas imágenes se viralizaron de tal forma que pronto se convirtieron en trending topic y claro, todo el mundo se animó a comentarlas. En X, la anteriormente llamada Twitter, un usuario sentenció una interesante reflexión: «Esto es justo el reflejo de la sociedad del postureo: estuve allí. Ni lo vi, ni lo disfruté, ni me emocioné, pero mis seguidores lo harán por mí». En conclusión, sacrificamos disfrutar de estos momentos a cambio de más followers y más comentarios en la conversación social.
Otros consideran que si no comparten estas imágenes en redes sociales, parece que no lo vivieran realmente. Esto nos puede hacer reflexionar sobre las premisas que mueven la sociedad cada vez más cerca de una distopía y una deshumanización, y que ha conseguido amplificarse gracias a las redes sociales y los teléfonos móviles.
Obviamente hoy en día todas las personas tienen un teléfono inteligente. Este dispositivo suele tener incorporada una cámara de alta resolución. Llevamos este dispositivo en nuestro bolsillo durante buena parte del día. Es entonces cuando empezamos a tener ganas de inmortalizar momentos de nuestra jornada como un selfie, una reunión con amigos o bien alguna travesura de nuestro perro. Pero cuando ya esto forma parte de una rutina, tal vez es el momento de reaccionar.
Con los vídeos que hacemos, tal vez queremos mostrar a los demás lo que estamos haciendo. Queremos ser vistos. Queremos conectarnos. Quizás nos ayude a sentirnos menos solos. No nos sentimos invisibles. La captura y distribución de imágenes ha cambiado desde el boom de las redes sociales. Muchos de nosotros nos hemos obsesionado con compartir nuestras vidas en las aplicaciones. De hecho, cada día se suben a Instagram unos 86 millones de imágenes. Una absoluta barbaridad.
Es un efecto más de esta locura. En este sentido, el mayor estudio jamás realizado sobre la adicción a los teléfonos móviles ha determinado que alrededor de un tercio de todos los adultos del mundo corren el riesgo de ser adictos a su teléfono inteligente. Y destacan las mujeres jóvenes menores de 40 años y que corren mayor riesgo. Es solo un grito de alarma para despertar y abrir los ojos ante tal alienación que hace que prefiramos hacer un vídeo con un famoso en lugar de ponernos a conversar un momento con él. ¿Qué es más enriquecedor? Queda bastante clara la respuesta.
Empecé a ser periodista en ‘La Veu de Flix’ y el ‘Diari de Tarragona’. He pasado por Canal Reus, Antena 3, IB3 TV, 8TV, ‘Informativos Telecinco’ y ‘Cuatro al día’. Ahora soy reportero del programa de actualidad ‘En boca de todos’, en Cuatro.