Recientemente tuve oportunidad de asistir como invitada a una clase en la URV y pude comprobar en primera persona el desánimo con que los jóvenes afrontan su futuro. Confían muy poco en encontrar un trabajo vinculado a sus estudios y menos aún, que éste sea estable, y ven complicada su emancipación. Por eso es buena noticia la ayuda de 250 euros al mes aprobada por el Gobierno para jóvenes de entre 18 y 35 años que ingresen como mucho en torno a 24.300 euros y que paguen 600 euros por el alquiler de un piso o 300 por una habitación. Pese a ello mucho me temo que si hoy regresara al aula en cuestión poco habrá cambiado su percepción. Y razones no les faltan. Pese a ser una generación sobradamente preparada, también lo es sumamente precaria, como acaba de ratificar el último informe de la OCDE, según el cual con la pandemia se han perdido diez años de progreso en empleo juvenil, con un aumento del trabajo temporal del 7% respecto a 1980. En España su nivel de paro ronda el 30%, el doble que la media europea y ocho de cada diez jóvenes asalariados tiene un contrato temporal.
Ante estas cifras, el bono para el alquiler se antoja insuficiente y lo que se impone es una estrategia integral para mejorar su situación.