Hoy Ecologistas en Acción de Cataluña y Greenpeace recordamos el accidente de Fukushima en su undécimo aniversario. El 11 de marzo de 2011 un gran terremoto de magnitud 9 sacudió la costa este de Japón, seguido de un posterior tsunami, provocando, junto a errores de prevención y diseño, un accidente nuclear (de nivel 7, el máximo en la escala INES) en la central de Fukushima Daiichi.
Los diques de contención se vieron superados, el agua inundó las instalaciones e inutilizó la totalidad de los sistemas eléctricos y de refrigeración de los reactores, se produjo la fusión del combustible nuclear en varios de ellos, se generó gran cantidad de hidrógeno y explotaron los reactores 1, 3 y 4, lo que descargó enormes cantidades de radiactividad al medio ambiente (18.000 terabequerelios).
Los problemas derivados del accidente nuclear son, actualmente, la refrigeración de los núcleos fundidos, la descontaminación del emplazamiento, el control y, sobretodo, la eliminación de las aguas contaminadas, el control y evacuación de los elementos de combustible depositado en las piscinas, la extracción del combustible fundido y la futura gestión de los numerosos residuos.
Ninguno de estos problemas tiene, a día de hoy, una solución así que se aplican políticas de contención y se realizan propuestas que ni suponen una salida para la situación, ni mantienen respeto alguno con el medio ambiente.
La refrigeración de los núcleos fundidos exige miles y miles de litros diarios de agua, sin que exista una fecha prevista de extracción o anulación de los mismos.
Esto deriva en otro grave problema, como es la acumulación de millones de litros de agua contaminada con tritio, más de 1,23 millones de toneladas de agua (500 piscinas olímpicas), que serán vertidos directamente al mar, siguiendo la senda y filosofía nuclear de considerar la naturaleza como un vertedero, como lo demuestran los 40.000 bidones de residuos radiactivos lanzados en la fosa atlántica de los que jamás se han responsabilizado, o la pretensión de construir un almacenamiento geológico profundo para enterrar residuos radiactivos.
Además, esa necesidad de refrigeración del núcleo es permanente e indefinida, por lo que la acumulación y producción de agua contaminada no tiene ni siquiera fecha límite.
A estos gastos infinitos, hay que sumar los de descontaminación de las zonas afectadas, los de los traslados de las personas afectadas (se calcula que unas 165.000), así como las pérdidas de las zonas de exclusión.
La factura, sin fecha de cierre, oscila entre los 100.000 millones de euros de las estimaciones más optimistas, hasta los 289.900-670.700 millones de euros que calculan, entre otros, los expertos del Japan Center for Economic Research.
A todo esto deberá sumarse el coste de la gestión de los residuos radiactivos (combustible fundido, así como el gastado) que se prolongará durante toda la vida radiactiva de los recursos, es decir, decenas de miles de años, un importe imposible de calcular.
La gran pregunta es, ¿quién asume el coste del accidente nuclear? Pues contra toda lógica, y con independencia de la responsabilidad legal de la empresa propietaria de la central nuclear TEPCO, ésta únicamente abonará una cantidad máxima de 1.200 millones de euros, por la existencia de una normativa mundial, que, en resumen, limita la responsabilidad de las centrales nucleares en función de la firma de diferentes convenios.
Es decir, todo el exceso de los 1.200 millones hasta los 100.000 millones (o bien 670.700) los paga el Estado (es decir, los contribuyentes), al final con la ayuda internacional. Exactamente igual que ha sucedido con Chernobyl.
La lección que nos enseña el undécimo aniversario del accidente de Fukushima, es que el beneficio de la explotación económica de las centrales nucleares va para las empresas y el riesgo de accidente, la concreción del accidente, los perjuicios del accidente y las consecuencias del accidente son para el ciudadano y para el medioambiente.
En estos tiempos tan convulsos y difíciles, en los que la guerra se ha presentado en el centro de Europa ante el estupor e incredulidad de todos, la presencia de quince centrales nucleares en Ucrania se ha convertido en un elemento más de preocupación para toda la Comunidad Internacional.
Desde Ecologistas en Acción de Cataluña y Greenpeace esperamos que la sinrazón de la guerra, en sus manifestaciones más perversas, no produzca una nueva catástrofe nuclear.