¿Y si pasa?

15 abril 2024 21:13 | Actualizado a 16 abril 2024 07:00
Marta San Miguel
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Paso esos días en una casa trabajando con un grupo de escritores y en los ratos libres siempre acaban hablando de fantasmas. Les gusta el miedo, dicen, y lo fomentan no solo viendo películas sino comentando las que ya han visto, convocando el terror como con un silbido al que acuden ladrando y meneando la cola las imágenes en las que cabe cualquier perversión del horror, pero siempre desde la ambigüedad, sin dejar del todo claro por qué pasan las cosas, sino solo sus consecuencias. Estoy aprendiendo que el miedo es precisamente eso: lo ambiguo, lo que puede ocurrir porque lo imaginas, la precisa colisión entre la realidad y lo posible que, por un instante, cobra vida en la cabeza y por tanto ejerce su presión en las terminaciones nerviosas. El miedo es preguntarte ¿y si pasa?, y no hace falta leer los cuentos de Mariana Enríquez para sentirlo ahora mismo.

A pesar de que llevamos desde octubre asistiendo a los ataques de Israel en Gaza, precedidos por el terrorismo de Hamás, hemos seguido pasando página aun sabiendo que el terror estaba ahí. Nos asustaba ese mal pero no tanto, como una historia de fantasmas que te prepara durante todo el metraje para su aparición de forma que te lo creas cuando justo aparecen. ¿Acaso no han sentido miedo de dónde nos podía llevar lo desproporcionado de esta guerra, lo fantasmagórico que resultaba el paisaje rebosante de hormigón en polvo, quemado, babeante y lleno de bolsas con cuerpos de cualquier tamaño? A estas alturas de la película nadie duda de que Irán puede desenterrar más fantasmas que nos cojan desprevenidos por la noche, cuando dormimos, como una mano que sale por debajo de nuestra almohada para tocarnos y sacudirnos la respiración mientras fingimos que todo está bien. Estar a merced de algo maligno es lo que funciona en la narrativa de terror; agita la imaginación sin darnos la información necesaria para saber qué está pasando. Como si defender a la población civil de Gaza te convirtiera en un antisionista, o viceversa, nos hemos centrado en afilar las bayonetas como hacen los incrédulos que se meten en el bosque mientras crece una sospechosa oscuridad a su alrededor, y aunque nos hayamos tapado los ojos para no ver esta guerra y sus implicaciones, el fantasma de lo posible moraba por ahí, al acecho. Hemos estado inmersos en una película demasiado miserable mientras algo en nuestros cogotes nos advertía de que algo malo, no peor sino malo, estridente y calamitoso estaba por pasar. Y ahora que ha pasado, no sé si da más miedo mirar o quitar la vista cuando los fantasmas aparecen y toman represalias.

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