En la presentación, el jueves en Bilbao, de la ¡edición 26! de su libro Estructura Económica de España, con el que hemos estudiado muchas generaciones de economistas, Ramón Tamames dijo que lo primero y más necesario para salir de la crisis y conseguir un crecimiento aceptable en Europa es la finalización de la guerra de Ucrania. No lo menciono por su originalidad. Todo lo contrario; estoy seguro de que, pregunte al economista que pregunte, obtendrá la misma respuesta. Lo hice el viernes en el ¡100 aniversario! de la Deusto Business Alumni, en donde el expresidente Van Rompuy y todos con los que hablé pensaban lo mismo. Es cierto que el final de la guerra no solucionará por sí mismo los problemas, pues hay que recordar que la inflación superaba el 6% antes del inicio de la invasión y que será necesario emplear muchísimo dinero para recomponer los destrozos causados. No tendría sentido dejar abandonados a los ucranianos tras haberles sostenido, incluso empujado, a resistir al invasor aun a costa de prolongar el conflicto del cual son los mayores perjudicados. El secretario general de la OTAN recordaba con crudeza que el coste de la guerra se medía en dinero para nosotros y en sangre y vidas humanas para ellos. La paz no solucionará todos los problemas, pero abrirá la puerta a su solución, despejará incertidumbres y traerá sosiego al mercado energético.
Si es así, la gran pregunta es: ¿se va a acabar pronto la guerra? Nadie lo sabe. O quizás sí lo sepan dos personas en el mundo. Razonemos un poco. Rusia ha dado muestras de no poder ganar la guerra a causa de la baja moral de sus tropas, de los graves problemas de aprovisionamiento y de lo difícil que es para unos soldados de leva obligatoria y poco motivados tener que luchar contra quienes defienden su territorio con su propia sangre. Y no podrá ganarla Ucrania porque no le dejaremos hacerlo, ante el miedo que suscita la colérica reacción de un psicópata acosado como Vladímir Putin si le situamos al borde del abismo. Ambos contendientes pelean por delegación, o al menos con el consentimiento activo y la ayuda imprescindible de las grandes potencias.
Estados Unidos y, en menor medida, Europa asisten a Ucrania con armas, pertrechos, formación de sus tropas y transferencia de inteligencia militar. Sin esa ayuda no podría mantener el esfuerzo bélico mucho tiempo y sería barrida por el enemigo. Por su parte, China se ha convertido en el primer cliente del gas ruso en sustitución de una asustada Europa, a quien corroe la mala conciencia de una dependencia buscada y endeble. Sin el dinero chino, el Ejército ruso no podría reponer su armamento ni pagar a sus soldados, y no aguantaría mucho antes de ser devuelto a sus fronteras anteriores. ¿Entonces? Entonces parece claro que sin los apoyos de EE UU, Europa y China, esta contienda no podría continuar.
Esa afirmación nos conduce a otra pregunta interesante. Si todo el mundo se muestra escandalizado por los horrores de la guerra y alarmado por sus consecuencias, ¿por qué razón se sigue apoyando a los contendientes a que mantengan su enfrentamiento? Desgraciadamente, mis conocimientos de geoestrategia son muy limitados, así que me siento incapaz de responderle con una mínima autoridad. Quizás habría que hacerse la pregunta de otra manera. ¿Qué interés pueden tener las grandes potencias para hacer lo que hacen, en lugar de obligar a Moscú y Kiev a sentarse en una mesa y presentarles un acuerdo de paz creíble, que nunca será bueno para ninguno, pero sí un mal menor para ambos? No se trata de jugar a la conspiración mundial, pero parece evidente que este conflicto terminará cuando Biden y Xi Jinping quieran que termine, y no lo hará mientras no arreglen sus diferencias ni conjuguen sus intereses, que no deberían ser irreconciliables. ¿A alguno de ellos le interesa agudizar el conflicto humanitario, prolongar la crisis económica y desangrar a las poblaciones implicadas? No lo creo, pero tampoco veo próximo el fin de esta locura.