Durmiendo
con el enemigo

09 diciembre 2024 19:11 | Actualizado a 10 diciembre 2024 07:00
Josep Moya-Angeler
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Un periódico es el equilibrio casi imposible entre mentes de personas que, buscando la imparcialidad y el servicio al lector, forman un sólido equipo basado en la tolerancia y la búsqueda de elementos de información y reflexión. Parece imposible lograr este maravilloso objetivo pero es cierto que se consigue de forma constante. Podríamos decir que un periódico es el más perfecto ejercicio democrático de quienes lo hacen posible cada día y cada noche, porque de noche es cuando más se libra la batalla de conseguir que un diario acabe de tomar perfecta forma. Un pequeño milagro.

La información ha de ser absolutamente objetiva. De lo contrario, los que la hacen no son periodistas, sino lo que antaño se llamaban «publicistas». Si un periodista no es objetivo, no es periodista, porque su tarea es constatar realidades. Aparte, está el opinador, que comparte páginas con el informador. Los opinadores, aunque no lo pretendan, son subjetivos, jamás imparciales, emiten un parecer desde criterios que puedan ser útiles al lector. Y esos criterios son los que se marcan en la llamada «línea editorial» del periódico, su posición ante la manera de convivir que considera más conveniente.

Muchos periódicos tratan de ser independientes, pero siempre dependen de sus propias ideas, incluso las más abiertas, coincidan a no con tendencias sociales o políticas. Si un periódico no tiene línea editorial, divaga, tiende a contradecirse en sus planteamientos y, en general, marea a sus lectores que buscan una guía, un mascarón de proa, el criterio que les marque una manera de pensar. Pero esa manera de pensar no tiene por qué ser inamovible, debe adaptarse a los tiempos y necesidades sociales.

Nuestro periódico tiene la gran suerte de ser plural, un espacio de encuentro de diferentes líderes de opinión que marcan estilos de vida distintos pero no contrapuestos. Ni es tendencioso ni construye trincheras desde las que pugnar contra enemigos que, a veces, son perfectos molinos cervantinos. Por otra parte, los que creen que un diario ha de ser como un ‘calaix de sastre’ donde todo cabe, yerran. Una sutil línea de pensamiento debe existir y prevalecer para que los lectores no se confundan. Porque el lector acude a su periódico en busca de ideas, una luz, que le oriente o al menos le plantee dudas.

Ahora bien, en este siglo en el que parece que hay más escritores que lectores, en que el teclado veloz del ordenador invita a que una barahunda de gentes se lancen a escribir sin ton ni son, en estos tiempos de confusión donde saber mucho, o suficiente, de un tema parece dar carta blanca para hablar de cualquier otro tema, el lector se encuentra fácilmente perdido, desnortado. La falta de una línea editorial hace que los fieles a la lectura prefieran desistir antes de seguir en el caos de ideas no siempre acertadas tan de moda en estos días.

Es en esos momentos en que uno necesita un buen compañero de ideas que acaba durmiendo con frecuencia con su propio enemigo. El resultado es obvio: o se cae en la guerra de trincheras tan querido en Madrid o en la confusión que algunos creen estar de moda. El precio es la desafección a los medios de comunicación de los ciudadanos más interesados en estar bien informados. Por eso podría decirse de este fenómeno que «ella sola se murió y entre todos la mataron».

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