En uno de sus relatos José María Pemán se preguntaba si hacía frío en Belén cuando nació Jesús. En los Evangelios no se dice si hacía frío o calor, pero no debe extrañarnos. La meteorología es el gran silencio de los clásicos, también de las novelas. Homero no dice si venteaba en la guerra de Troya, ni cuenta Cervantes si el Quijote se refugiaba en una venta porque llovía.
Lo decisivo en Belén no es la temperatura exterior sino el calor de hogar que María y José dieron al Niño en un establo con animales. El frío de nuestros pesebres lo ponemos nosotros, con una nevada de harina sobre la cueva y una bombillita de fuego para que se calienten los pastores.
Son la frialdad o la calidez del corazón la verdadera medida de la temperatura de la Navidad.