Imagino el escenario romano de estos días por la oportunidad que tuve de contemplar, ante el altar de San Pedro, el cadáver de Juan Pablo I. La gente que guarda cola en la plaza se detiene solo unos segundos ante el cuerpo del pontífice.
Llegan reacciones mundiales a la muerte de Benedicto XVI, desde Joe Biden, segundo presidente católico de EEUU, hasta Lula da Silva, de Brasil, el país con más católicos.
Joseph Ratzinger, que siempre añoró vivir en la pacífica Baviera, pasó media vida sumido en el ajetreo de Roma, centro de la cristiandad porque en ella murieron Pedro y Pablo, pilares de la Iglesia. Sus últimas palabras fueron: «Señor, te quiero». Después de 70 años de teólogo, su oración fue la que aprendió de niño de boca de sus padres.